domingo, 12 de octubre de 2008

Introducción

Nos ha tocado vivir en un siglo caracterizado por cambios extremos. La ciencia ha progresado gigantescamente, las comodidades y las tecnologías avanzadas son la característica común en todas partes. El mundo de las ideas también es cambiante y, prácticamente, se ha dado una revolución completa en todo sentido. Las costumbres, la cultura, las filosofías, los estilos literarios, la música, el vestido, la política y todo lo relacionado con el hombre van cambiando constantemente de una forma agigantada. La sociedad actual se jacta de ser muy desarrollada y civilizada, de tal manera que, quien no comparta este correr hacia lo novedoso, es considerado retrogrado y enemigo del avance humano.

Pero no solo las esferas sociales, políticas, culturales y científicas cambian rápidamente. Este fenómeno también está presentándose en el campo religioso. Los distintos credos y confesiones religiosas se esfuerzan por adaptarse a las corrientes de cada época, de tal manera que hoy día hayamos a un mundo religioso cambiante. Religión que desee tener el respeto de la sociedad deberá ser pluralista, relativista y ecuménica. Sus valores espirituales no deben alienar ni suprimir las expectativas hedonistas y materialistas de los feligreses. La religión actual debe estar al servicio del hombre y su fin debe ser la glorificación y deificación del mismo.

Este fenómeno cambiante no ha sido ajeno dentro del cristianismo actual. Numerosas Iglesias y denominaciones cristianas se enorgullecen de su modernismo y atracción hacia las nuevas generaciones. Muchos conceptos bíblicos e históricos han cambiado para dar paso a un cristianismo más contemporáneo y adaptable a las novedades de este siglo. Doctrinas como la total depravación del género humano como consecuencia del pecado original son desconocidas, por muchos pastores y predicadores. La suficiencia de las Escrituras en materia de fe y conducta cada día es resquebrajada para dar paso a las ideas y necesidades del hombre postmoderno. La doctrina de la santidad es ignorada por la mayoría y abusada por otros. La paciencia en medio del sufrimiento son conceptos ajenos a una iglesia “próspera materialmente”. El conocimiento de Cristo, a través de la Palabra, ha sido reemplazado por un conocimiento místico característico de las religiones gnósticas de los primeros siglos y de las creencias orientales.

La Iglesia cristiana está atravesando un período de confusión muy grande. Pero en medio de este caos es necesario que se escuchen nuevamente las voces de los profetas de Dios que proclaman “Vuelvan al camino antiguo”, “A la Ley y al Testimonio”. Esta función profética pocos la han querido asumir, porque ella es peligrosa, aleja a los amigos y atrae el desprecio.

Por otro lado, el siglo XXI es testigo de un crecimiento acelerado y “peligroso” de las Iglesias cristianas. Es mas, pareciera que el fin principal de toda iglesia local es crecer lo más rápido posible, en el número de sus asistentes. En ninguna otra época se ha hecho tanto hincapié en las mega iglesias, en el crecimiento explosivo, en las grandes masas asistiendo a conciertos y marchas cristianas. El crecimiento en sí no es malo, la Iglesia primitiva creció en número de asistentes en poco tiempo. Pero el peligro está en que el crecimiento actual, muchas veces, es producto de estrategias “humanistas” de algunas iglesias, y no de la convicción que produce el Espíritu Santo en los corazones de los incrédulos a través de la clara y fiel exposición de las Sagradas Escrituras. En muchas ocasiones la predicación moderna, si es que puede llamarse así, carece de los elementos básicos de lo que debe ser una exposición de las Escrituras. Chistes, historias, testimonios, motivación personal, psicología, humanismo, principios esotéricos y otros elementos ajenos a la verdadera predicación bíblica es el contenido de los sermones actuales en los grandes púlpitos de nuestras ciudades. Aquellos impactantes avivamientos del pasado, con sus predicadores aferrados a la sana interpretación y exposición de las Escrituras han quedado atrás. Los actuales motivadores de avivamientos desprecian el profundo estudio de la teología y las Escrituras, pensando que con sus impulsos místicos podrán crear algo mejor. Existe hoy día una falsa dependencia del Espíritu de Dios, puesto que ésta se ha divorciado de Su Santa Palabra. Calvino, Lutero, Spurgeon, Jonathan Edward, Richard Baxter y otros ministros del pasado fueron pastores de renombre que dependieron constantemente del Espíritu Santo, a través de un estudio profundo y conciente de las Escrituras, los cuales, con su exposición clara, fueron instrumentos para verdaderos avivamientos que condujeron a la sociedad europea y americana a reales cambios como resultado de una conversión genuina.

Por todas partes surgen nuevas iglesias particulares, algunas con algún tipo de organización, otras carecen de los mínimos elementos organizativos. Algunos líderes no están conformes con los manejos que hace el pastor en la Iglesia, y deciden irse para empezar una nueva iglesia en otro lugar. Algunos no han podido conseguir un empleo estable y ven en la creación de una Iglesia la posibilidad de sostenimiento económico, entonces abren las puertas de su casa e inicia una congregación de creyentes. Las denominaciones evangélicas también están afanadas por crecer, abren iglesias en barrios y calles que ya tienen varias congregaciones cristianas.

Como dije antes, el crecimiento no es malo en sí mismo. Somos llamados a proclamar el evangelio por doquier y a ganar almas para el Señor. La Iglesia de Cristo es misionera y debe extenderse a lo largo de todo el planeta. Cada día es necesario que surjan congregaciones cristianas donde se predique con fidelidad el puro evangelio de Cristo. Es mas, comparto la idea de las Iglesias en las casas, esto es bíblico y se ajusta al modelo utilizado por los primeros creyentes. Pero lo preocupante con el actual crecimiento explosivo es que carece de muchos fundamentos bíblicos. Las iglesias locales, aunque sean en las casas, deben contener los elementos básicos que la distinguen como tal. Debemos continuar extendiendo el reino de Dios en medio de este mundo, pero esto debe ser de acuerdo a los principios estipulados por la cabeza máxima de la Iglesia, es decir, Jesucristo.

El afán de crecimiento ha llevado a muchos líderes y misioneros a desconocer la enorme importancia que tiene la Iglesia como institución y organismo creado por Cristo para congregar a todos los salvados. Hoy día muchos inician proyectos evangelísticos desconectados de la vida normal de la Iglesia, porque, según ellos conciben, la Iglesia es un organismo anacrónico, arcaico, que debe dar paso a nuevos estilos de trabajo misionero como los clubes, sociedades y cosas parecidas. Pero hacer esto es desconocer que Jesucristo vino a establecer su Iglesia, que para él, ella es lo más precioso que hay en la tierra. Por la Iglesia él sufrió en la cruz, ella es el objeto diario de su obra santificadora a través del Espíritu, Jesús la cuida y la perfecciona, porque un día, la Iglesia será presentada como su esposa en las bodas celestiales. Fuera de la Iglesia no hay verdadero cristianismo.

A través de este trabajo deseo aportar algunos elementos bíblicos para el buen funcionamiento de las Iglesias locales, que cada día se extienden por todas las naciones latinas.

Es necesario dar testimonio al mundo de la unidad en la fe que caracteriza a los hijos de Dios. Jesús oró por esta unidad y todos los creyentes estamos comprometidos en ella. La verdadera unidad no está relacionada con el actual movimiento ecuménico, sino que se dejará reflejar cuando cada Iglesia local se identifique totalmente con la única fe y doctrina que proviene de las Escrituras. Si todas las iglesias expresan la misma fe bíblica, el mismo amor entre sus miembros, la misma dependencia del Espíritu, la única obediencia a los mandatos de Cristo y honran de la misma manera al Dios que les salvó, entonces el mundo contemplará la unidad de la Iglesia de Cristo. No es necesario crear superestructuras intereclesiásticas para conservar la unidad de la Iglesia. Lo único necesario es que cada iglesia local se mantenga fiel a los principios bíblicos; si todas las congregaciones locales hacen eso, todas serán parecidas y, por todas partes, el mundo conocerá que creemos una misma doctrina y somos una sola iglesia.

Este trabajo va dirigido a la multitud de pastores y líderes cristianos que se esfuerzan por traer pecadores al redil de los salvos. A todos aquellos siervos que trabajan por establecer iglesias locales, pero que anhelan hacerlo en obediencia a la cabeza de la Iglesia; a todos aquellos que desean establecer iglesias verdaderamente bíblicas.

Es mi oración que el Señor nos ayude a entender estos principios y nos permita ponerlos en marcha dentro de nuestras congregaciones.

Julio Benitez Benítez
Bogotá, Marzo/06

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