domingo, 12 de octubre de 2008

IX. La pureza doctrinal (Confesión de Fe)

Hemos insistido que la Iglesia de Cristo es apostólica e histórica. Toda verdadera iglesia debe tener las marcas distintivas que presenta las Sagradas Escrituras. Hoy día, así como en toda época de la vida de la Iglesia, han surgido congregaciones locales que se desvían notoriamente de la doctrina y práctica apostólica.
Incluso en el tiempo apostólico algunas congregaciones habían permitido la entrada de graves errores doctrinales y prácticos, los cuales recibieron la represión del Señor. No obstante continuaron siendo consideradas iglesias del Señor.

La Iglesia de Corinto. Pablo les llama “Iglesia de Dios” y a sus miembros les da la designación de santos. (1 Corintios 1:1-2). Pero esta Iglesia de Dios, compuesta de los santificados en Cristo Jesús estaban desviándose del propósito que Cristo estableció para Su Iglesia: - Había contiendas entre ellos (1 Cor. 1:11-13; 11:17-19) – Su comportamiento era tan contrario al espíritu cristiano que Pablo les compara con las personas carnales, con los inconversos (1 Cor. 3:1-4) – Un gran pecado sexual estaba practicándose en alguno de sus miembros, y la Iglesia estaba distraída manifestando y entreteniéndose con ciertos dones espectaculares, sin disciplinar al ofensor (1 Cor. 5:1-2) – Los creyentes estaban defraudándose los unos a los otros (1 Cor. 6:7-8) – Algunos “profetas” o miembros con supuestos dones de revelación estaban denigrando el nombre de Cristo, supuestamente dando revelaciones del Espíritu Santo (falsa doctrina) (1 Cor. 12:3) – La búsqueda de dones espectaculares les había conducido al orgullo, el egocentrismo y la falta de amor (1 Cor. 13:1-2) – La Santa Cena se había convertido en una fiesta donde muchos se emborrachaban, y no tenían en alta estima el cuerpo y el sacrificio de Cristo (1 Cor. 11). A pesar de todos los problemas de índole doctrinal, moral y espiritual que se estaban presentando en esta Iglesia, el Señor aún la sigue considerando como suya.

Las cartas de Cristo a las Siete Iglesias en el Apocalipsis también dejan ver los errores doctrinales y de conducta que pueden ingresar a cualquier Iglesia local:

- Pérgamo. El Señor les llama la atención por retener una falsa doctrina que les conducía a poner tropiezos espirituales, a la idolatría y al pecado sexual. Apocalipsis 2:12-15

- Tiatira. Esta iglesia consentía la presencia de una falsa profetisa que estaba llevando a algunos miembros a la fornicación y la idolatría. Apocalipsis 2:18-23

- Sardis. Ellos se jactaban de su vida cristiana, pero en fondo no era así. Sus obras eran desagradables ante el Señor y habían olvidado el mandato del Señor. Apocalipsis 3:1-4

- Laodicea. Este es el caso de una Iglesia que está a punto de convertirse en Sinagoga de Satanás. Habían desviado tanto su rumbo que el Señor estaba a punto de vomitarlos. Apocalipsis 3:14-17

En todos los casos anteriores hallamos a Jesucristo escribiendo a Sus Iglesias, aunque muchas estaban presentando diversidad de problemas.

La confesión Bautista de 1689, Capítulo 26, art. 3, afirma: “Las Iglesias mas puras bajo el cielo están sujetas a la impureza y al error”.

Así que cuando hablamos de la pureza doctrinal de la Iglesia no estamos descalificando a aquellas que, de una u otra manera, conviven con algunos errores de doctrina o práctica. Pero esto no debe ser excusa para que una Iglesia anide en su seno reconocidos errores doctrinales o de práctica. Recordemos que la historia es testigo fiel de cómo muchas iglesias, luego de permitir la entrada, consentirla, anidarla y darle el estatus de verdad, a una mentira doctrinal, terminó convirtiéndose en sinagoga de Satanás. Ese es el serio peligro que corre toda iglesia local.

De allí que es necesario revisar constantemente si nuestra doctrina y práctica está ajustándose al fundamento apostólico. No tenemos la iglesia perfecta en esta tierra, pero debemos buscar la perfección constantemente. (Mat. 5:48).

Hoy día estamos viendo como el desorden, en algunos aspectos de la vida de la Iglesia, crece y se extiende por todas partes. Cada día surgen nuevas tendencias, movimientos, doctrinas y prácticas extrañas a las Escrituras, y nadie dice nada. Iglesias reconocidas por su énfasis en el estudio serio de las Escrituras, sucumben ante estos nuevos movimientos solo con el fin de conservar a las personas en su seno, o de no ser vista como anticuada. El modernismo, el postmodernismo, el pluralismo, el relativismo, el ecumenismo, el pragmatismo, el neopaganismo, el neomisticismo, el esoterismo y otros movimientos surgidos directamente del infierno están moldeando la doctrina y práctica de numerosas iglesias cristianas hoy día. Parece que no hubiera un norte definido, sino que los nuevos vientos cambian su rumbo de tanto en tanto.

La línea divisoria entre las iglesias cristianas de doctrina bíblica y las sectas o iglesias apóstatas cada día es más delgada. Todas se escudan en la frase “Creemos lo que la Biblia dice” y cualquier asunto doctrinal queda así resuelto. El Católico Romano que adora a la virgen y cree que además de la obra perfecta de Cristo es necesario la intercesión de los santos y el cumplimiento de las buenas obras para la salvación, mantiene su posición firme en sostener que Cree en la Biblia. El mormón y el testigo de Jehová también dice que cree en la Biblia. Hoy día hasta lo brujos profesan creer en la Biblia. Este es el libro más vendido en el mundo y todos se jactan de conocer alguna parte de ella: Los políticos la usan para ganar votos, el brujo de la televisión para dar apariencia de santidad, el escritor para demostrar conocimientos religiosos, en fin, la Biblia es un libro tan conocido que su mensaje ya no interesa, sino solamente aquellas partes “positivas” que ayuden a un mundo pluralista y relativista a ser mejor. Hasta los practicantes de otras religiones como los musulmanes, hindúes y budistas levantan algunos pasajes de la Biblia como una “ayuda espiritual”. El famoso tele-mercader del Evangelio utiliza pasajes entresacados de la Biblia para “demostrar” porqué sus espectadores deben enviarles grandes sumas de dinero. En fin, hoy día, todos los grupos religiosos dicen creer en la Biblia, a tal punto que decir esa frase realmente no tiene significado alguno para la verdadera fe. No que la Biblia haya dejado de ser la Palabra inerrable de Dios y la máxima norma en materia de fe y conducta, sino que ella es utilizada para sustentar cualquier tontería surgida de la imaginación elevada de los hombres.

Es por eso que las iglesias cristianas y apostólicas, de todos los tiempos, han considerado necesario condensar un resumen de las doctrinas principales que la Biblia enseña, en lo que se ha llamado CONFESIONES DE FE o CREDOS.

Realmente la Iglesia Cristiana es un pueblo confesante. “La Iglesia tiene que confesar lo que Dios le demanda que confiese en Su Palabra, la cual es suficiente e infalible. Esta Palabra es el único fundamento para la fe y para la manera de vivir del cristiano.”[1]

Ya desde el tiempo apostólico las confesiones de fe, aunque estas sean cortas y respecto a un solo tema, formaron parte de la vida de la Iglesia. Las confesiones nos permiten distinguir entre lo que los verdaderos cristianos creen y lo que los sectarios o herejes profesan. En el tiempo de Cristo había muchas personas que profesaban creer algo sobre Él. Unos decían que era Juan el Bautista, otros decían que era Elías, o Jeremías, o simplemente un profeta más. Así como sucede hoy. Muchos grupos religiosos profesan algo sobre Cristo, pero la Iglesia siempre ha estado interesada en Confesar lo que Dios ha revelado de una manera clara. Jesús quiso enseñarles esto a los que serían el fundamento de la Iglesia cuando les pregunta “Y ustedes, ¿Qué confiesan que soy yo?” (Mateo 16:15). La Iglesia siempre debe confesar, en una manera clara y concisa, lo que sabemos es la verdad revelada.

Los que menosprecian las Confesiones de Fe realmente ignoran el papel crucial que éstas han cumplido en salvaguardar la verdadera fe desde el inicio de la Iglesia Cristiana. Algunos dirán ¿Acaso la Biblia no es suficiente en los asuntos de fe y práctica? Claro que sí. Esa es una de nuestras más grandes convicciones. Solamente la Biblia es enteramente suficiente. Pero cuando hablamos de Confesiones no estamos afirmando que ellas reemplacen a las Escrituras, sino que éstas son un resumen o sistematización de lo que la Biblia enseña con el fin de diferenciar lo que la Iglesia Cristiana comprende e interpreta y lo que los grupos sectarios profesan. “En su lucha contra los enemigos de afuera y contra los que enseñan doctrinas erróneas desde dentro, la iglesia ha sido forzada a pronunciarse sobre lo que cree en virtud del contenido de la Escritura Santa. Es un error pensar que hay contradicción entre la Biblia y las Confesiones, puesto que éstas toman todo de la fuente de la Palabra de Dios”.[2]

Además del ejemplo inicial que hemos dado de la necesidad de las confesiones (Muchos creían distintas cosas de Cristo, pero los apóstoles debían confesar lo que sabían era la verdad de Cristo), encontramos otros ejemplos muy valiosos. Ya en los primeros siglos de la historia de la Iglesia Cristiana, empezaron a surgir grupos sectarios que tomaban algunos pasajes aislados de las Escrituras para esbozar doctrinas erróneas sobre Cristo y la Triunidad. Realmente es difícil, y no muy sano, extraer de un solo pasaje bíblico doctrinas tan importantes y profundas como la Cristología. No era suficiente con decirle a las personas “Creemos lo que la Biblia enseña sobre Cristo”, prácticamente con esta frase era poco lo que aclarábamos. Se necesitaba que la Iglesia analizara todo lo que las Escrituras enseñan sobre Cristo y escribiera un resumen, en el lenguaje comprensible para la época, de lo que la Biblia enseña al respecto. Una buena parte de la Iglesia había corrido detrás de la herejía de Arrio quien enseñaba que Cristo no es el Hijo Eterno de Dios, sino que había sido creado antes de la historia. Los verdaderos creyentes no podían permitir que la verdadera fe fuera mancillada por la popularidad de las doctrinas erróneas de Arrio. No podían quedar en silencio. Así como Pedro y los demás apóstoles tuvieron que confesar públicamente quién era Cristo, según las Escrituras, la Iglesia tuvo que redactar un resumen de lo que la Biblia enseñaba sobre la eternidad de Cristo y la verdad de un Dios trino. Así surgió el Credo de Nicea. No fue el resultado del ímpetu académico de un grupo de ministros que no tenían nada que hacer y decidieron ponerse a escribir Credos inoficiosos. Los que tal piensan desconocen, para debilidad de la Iglesia en nuestro siglo, la importancia histórica que tuvieron esos credos con el fin de conservar la correcta interpretación doctrinal de las Escrituras.

Si no hubiese sido por confesiones como el Credo apostólico, el Credo Niceno y el Credo de Atanasio, el error doctrinal se hubiese popularizado en medio de la Iglesia Cristiana de los siglos siguientes.

Samuel Waldrom transcribe las observaciones de Samuel Miller sobre el Concilio de Nicea, lo cual nos ayuda a entender la importancia de las Confesiones de Fe: “Cuando el concilio comenzó a examinar el tema (de la idea de Arrio sobre la divinidad de Cristo), resultó extremadamente difícil obtener de Arrio una explicación satisfactoria de sus ideas. No sólo estaba tan dispuesto como el teólogo más ortodoxo allí presente a profesar que creía en la Biblia, sino que se declaraba dispuesto a adoptar, como suyo, todo el lenguaje de las Escrituras, en detalle, concerniente a la persona y el carácter del bendito redentor. Pero cuando los miembros del Concilio quisieron averiguar en qué sentido entendía ese lenguaje, evidenció una disposición a evadir y equivocar y, de hecho, durante bastante tiempo, dificultó los intentos de los más ingeniosos de los ortodoxos por especificar sus errores y sacarlos a la luz. Declaró que estaba completamente dispuesto a emplear el lenguaje popular en el tema de controversia; y quiso que se creyera que difería muy poco de la generalidad de la Iglesia. Por consiguiente, los ortodoxos examinaron los distintos títulos de Cristo que expresan claramente la divinidad, tales como “Dios” – “el verdadero Dios”, la “imagen misma de Dios”, etc. – cada uno de los cuales Arrio y sus seguidores suscribieron de buena gana: reclamando el derecho, sin embargo, de poner su propia construcción sobre los títulos bíblicos en cuestión. Tras emplear mucho tiempo e ingeniosidad en vano, procurando sacar a rastras a este habilidoso ladrón de sus escondrijos, y para obtener de él una explicación de sus ideas, el Concilio se dio cuenta de que sería imposible cumplir su objetivo tanto en cuanto le permitieran atrincherarse tras una mera profesión general de fe en la Biblia. Hicieron, pues, lo que el sentido común, al igual que la Palabra de Dios, había enseñado a hacer a la Iglesia en todos los tiempos anteriores, y lo único que puede capacitarla para detectar al habilidoso defensor del error. Expresaron, en su propio lenguaje, lo que suponían ser la doctrina de la Escritura concerniente a la divinidad del Salvador; en otras palabras, redactaron una Confesión de Fe sobre este tema; que invitaron a Arrio y a sus discípulos a suscribir. Los herejes rehusaron hacerlo; y se les hizo reconocer prácticamente que no entendían las Escrituras como el resto del Concilio las entendía y, desde luego, que la acusación contra ellos era correcta”. (Citado por Waldrom del libro The Utility and Importante of Creeds and Confessions, Samuel Miller, (reimpreso por A. Press, 1987), páginas 33-35).[3]

De la misma manera en el siglo XVI, el siglo de la Reforma evangélica, fue necesario que la Iglesia Cristiana volviera a confesar, de manera clara y sistemática, lo que interpretaban de las Escrituras, respecto a algunas doctrinas que habían sido tergiversadas por la Iglesia Institucional de su tiempo. Las Iglesias Reformadas necesitaban confesar de manera pública con el fin de dejar por fuera todo lo que sea erróneo. “Las grandes confesiones reformadas no pretendían convertir en verdad algo que no fuera verdad anteriormente; ni se proponen obligar a los hombres a que crean algo que no estén ya obligados a creer sobre la base de la autoridad de la Escritura”.[4] Las confesiones actúan como un muro que cerca y delimita lo que corresponde a la verdadera doctrina bíblica que profesan las Iglesias fieles. Cuando decimos “esto creemos” estamos diciendo, aquellos que no crean esto no pueden formar parte de nuestra Iglesia. Así de sencillo. Si no confesamos estamos abriendo las puertas de la Iglesia (y no me refiero al edificio de ladrillo) para que entren herejías y prácticas erróneas.

Muchas iglesias se jactan de no tener confesiones de fe escritas, pero realmente si las tienen, tal vez de una manera no formal, pero sí confiesan sus distintivos bíblicos, y solo tienen comunión con aquellas iglesias que se identifican con sus principios doctrinales. Si esto es así es porque realmente tienen una confesión de fe. El problema es que cuando estas confesiones no están en acuerdo y continuidad con lo que las verdaderas iglesias han confesado a través de la historia, son peligrosas porque pueden contener claros errores doctrinales.

Otros creyentes rechazan las declaraciones doctrinales de manera escrita y resumida en Confesiones de Fe porque piensan que esto divide a las Iglesias. Realmente este es uno de los propósitos nobles de las confesiones de fe: Dividir o separar lo falso de lo verdadero. Las escrituras advierten que los falsos profetas, falsos apóstoles, falsos maestros y falsos pastores ingresarán a la Iglesia y tratarán de desviarla (Mat. 7:15; 24:11; 24:24; Mr. 13:22; 2 Co. 11:13; 11:26; Gál. 2:4; 2 Ped. 2:1). De allí que Juan nos mande probar los espíritus (doctrinas) si son de Dios o si son falsos. Pero como podemos probar si alguien enseña falsa o verdadera doctrina. Simplemente no le podemos preguntar ¿Crees lo que la Biblia enseña? Lo mas seguro es que nos responderá “Si, creo lo que la Biblia dice”, pero él, realmente estará diciendo:”Creo lo que yo pienso que la Biblia dice”. Allí está el problema. Muchos han utilizado la Biblia para sostener lo que ellos quieren que la Biblia diga. Pero si nosotros le preguntamos “¿Crees que la Biblia enseña que Jesús es el Hijo Eterno de Dios, quien no fue creado sino engendrado eternamente por el Padre, y por lo tanto participa de la misma sustancia divina con el Padre, y el Santo Espíritu, siendo él Dios y también perfecto hombre?” En esta pregunta estamos confesando lo que la Iglesia históricamente ha interpretado de las Escrituras sobre el tema de Cristo. Cuando formulamos esta pregunta confesional (Así como la pregunta de Cristo “Ustedes “¿Que dicen acerca de mí?”) estamos delimitando el círculo que enmarca a la verdadera Iglesia. Todos los que no confiesen esta verdad quedan por fuera, no son considerados como parte de la Iglesia Cristiana, son falsos espíritus. Esto no es falta de amor, como algunos han planteado. El amor que no se basa en la verdad, es tan falso y vacío como una iglesia que profesa doctrinas erróneas.

Todas las verdaderas Iglesias tienen la responsabilidad de ser “Columna y Baluarte de la Verdad”, ninguna puede estar eximida de esta responsabilidad. Pues, sin la doctrina correcta ¿Habrá evangelio verdadero? Y si no hay evangelio verdadero ¿Podrá éste salvar a los pecadores? Esto es de gran trascendencia e importancia para la vida religiosa de los pueblos. El hombre pecador necesita escuchar la verdadera predicación del Evangelio en todos los tiempos. Pero solamente la Iglesia puede llevar esta verdadera predicación, preservando la doctrina correcta, defendiéndola contra el error y los ataques de los enemigos de la fe.

Pero, siendo que la Iglesia no empezó en este siglo, ni es independiente de la Iglesia de los siglos anteriores, nuestra confesión de fe debe estar acorde con lo que los Santos han confesado en los pisos anteriores que se han construido, - por la acción del Espíritu Santo y sobre el Fundamento Apostólico, teniendo como base a la Piedra Angular (Cristo) – recordando que la Iglesia, como un edificio, debe crecer coordinada sin separación ni desconocimiento de lo que ya se ha construido, de manera cierta y verdadera. (Ef. 2:21).
Esto implica que cualquier Confesión de Fe escrita que las Iglesias quieran tener en el día de hoy, debe contener los elementos y declaraciones doctrinales que se encuentran en importantes credos como: El Apostólico, el Niceno, el de Atanasio, los Cánones de Dort, el Catecismo de Heidelberg, La Confesión Belga, La Confesión de Westminster, la Confesión de Londres de 1689. Todas estas declaraciones doctrinales fueron aceptadas por una gran cantidad de Iglesias Cristianas reconocidas por su sana doctrina y práctica.

Siendo que estas Confesiones o declaraciones doctrinales proceden de las Iglesias militantes, las cuales no son perfectas, es posible que haya diferencias en las interpretaciones que se hacen de algunas doctrinas particulares, pero que no minan ni destruyen la ortodoxia característica de las verdaderas iglesias. Esto implica que algunas de las confesiones, sino todas, cuando tratan diversos temas, pueden ser influenciadas por el espíritu de la época o el contexto general o las circunstancias en las que fueron escritas. Esto nos conduce a dos situaciones: Primero, aunque podamos equivocarnos en la confección de una doctrina en particular, esto no debe impedir el confesar de manera escrita lo que creemos, tratando de ser lo mas fieles a las Escrituras y a la interpretación que los Santos de todos los tiempos han dado; Segundo, estos errores deben ser mínimos, y no en doctrinas fundamentales para la fe cristiana. Las divergencias que encontramos en estas confesiones son mínimas, mientras que en la mayoría de sus declaraciones doctrinales son coincidentes.

[1] Confesiones de Fe de la Iglesia. Ed. Clie. Página 9.
[2] Ibid. Página 10.
[3] Waldrom, Samuel. Exposición de la Confesión Bautista de Fe de 1689. Evangelical Press. Páginas 16-17.
[4] Ibid. 18.

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