domingo, 12 de octubre de 2008

VI. Membresía de la Iglesia

Sin miembros no hay Iglesia. Sin ovejas no se necesita pastor. En nuestra definición de Iglesia decíamos que esta es la “asamblea compuesta por personas que han sido llamadas por el Evangelio de Cristo para apartarse del mundo, andar en novedad de vida y glorificar a Dios”. Solamente cuando hay un grupo de personas con estas características especiales, las cuales se unen por un mutuo acuerdo de vivir en obediencia total a la Palabra de Dios, podemos hablar de Iglesia. No importa si son 10 o son miles. Si ellos reconocen la autoridad de Cristo, son una iglesia. No podemos hablar de Iglesia, ni de pastores, cuando no hay miembros.

¿Hablan las Escrituras sobre la membresía de la Iglesia? Esto es importante que lo tengamos bien claro. Porque una iglesia bíblica es aquella que está organizada conforme a la mente de Cristo. No se trata solamente de crecer y crecer en el número de asistentes, sino que las Iglesias locales deben tener un crecimiento integral, conforme al modelo que el Señor nos dejó a través de los apóstoles.

- La Biblia habla de la membresía de la Iglesia. Efesios 4:25 “Por lo cual, desechando la mentira, hablad verdad cada uno con su prójimo; porque somos miembros los unos de los otros.” Efesios 5:28-32 “Porque somos miembros de su cuerpo, de su carne y de sus huesos.”

- La Biblia habla de la supervisión pastoral sobre los miembros. Hch. 20:28-32 “Por tanto, mirad por vosotros, y por todo el rebaño en que el Espíritu Santo os ha puesto por obispos, para apacentar la iglesia del Señor, la cual él ganó por su propia sangre. 29Porque yo sé que después de mi partida entrarán en medio de vosotros lobos rapaces, que no perdonarán al rebaño. 30Y de vosotros mismos se levantarán hombres que hablen cosas perversas para arrastrar tras sí a los discípulos. 31Por tanto, velad, acordándoos que por tres años, de noche y de día, no he cesado de amonestar con lágrimas a cada uno. 32Y ahora, hermanos, os encomiendo a Dios, y a la palabra de su gracia, que tiene poder para sobreedificaros y daros herencia con todos los santificados.”

- La Biblia habla de la disciplina en la Iglesia (sobre los miembros). Mateo 18:15-18 “Por tanto, si tu hermano peca contra ti, ve y repréndele estando tú y él solos; si te oyere, has ganado a tu hermano. 16Mas si no te oyere, toma aún contigo a uno o dos, para que en boca de dos o tres testigos conste toda palabra. 17Si no los oyere a ellos, dilo a la iglesia; y si no oyere a la iglesia, tenle por gentil y publicano. 18De cierto os digo que todo lo que atéis en la tierra, será atado en el cielo; y todo lo que desatéis en la tierra, será desatado en el cielo.”

- La Biblia habla de unirse (hacerse miembro) a la Iglesia. Hch. 2:40-42 “Y con otras muchas palabras testificaba y les exhortaba, diciendo: Sed salvos de esta perversa generación. 41Así que, los que recibieron su palabra fueron bautizados; y se añadieron aquel día como tres mil personas. 42Y perseveraban en la doctrina de los apóstoles, en la comunión unos con otros, en el partimiento del pan y en las oraciones.”

- La Biblia habla de que la Iglesia Aumentaba en Número (de miembros), es decir, tenían una lista de miembros. Hch. 5:12-14 “Y por la mano de los apóstoles se hacían muchas señales y prodigios en el pueblo; y estaban todos unánimes en el pórtico de Salomón. 13De los demás, ninguno se atrevía a juntarse con ellos; mas el pueblo los alababa grandemente. 14Y los que creían en el Señor aumentaban más, gran número así de hombres como de mujeres”

He insistido hasta la saciedad que todo verdadero creyente en Cristo es llamado a hacerse miembro en una asamblea local. Es mas, como un resultado automático de su conversión anhelará congregarse con sus hermanos renacidos. La Biblia nunca presenta al verdadero cristiano llevando su vida espiritual aislado o separado del resto del cuerpo. Los discípulos de Cristo, después de la ascensión, se mantuvieron en comunión, esperando la promesa del Espíritu Santo. (Hch. 1:12-14). Ellos sabían que el plan de Jesús para todos sus seguidores era que se mantuvieron unidos (Juan 17:20-23), como un solo cuerpo. No se trataba de una unidad espiritual o invisible, como algunos han planteado, se trata de la unión visible y real en comunidades locales, como sucedió después de Pentecostés, cuando la Iglesia local de Jerusalén creció enormemente y sus miembros fueron enviados a otros lugares para sembrar la semilla del Evangelio. Todas las personas que, en Jerusalén, fueron salvadas mediante la predicación del verdadero evangelio por los apóstoles, fueron añadidos, es decir, se hicieron miembros, de la Iglesia local de Jerusalén. (Hch. 2:40-42). Los nuevos creyentes entendieron el principio de la unidad en asambleas locales a tal punto que “tenían todas las cosas en común” (Hch. 4:32-35). Los verdaderos discípulos de Cristo se reunían con todos los que conformaban la asamblea o iglesia local de Jerusalén, de tal manera que el resto del pueblo los podía identificar como creyentes en el nombre de Jesús (Hch. 5:12-13). Pero no era una unión esporádica, cuando celebraban los cultos, sino que era más fuerte y ésta consistía en que todos se identificaban como miembros plenos de la Iglesia local, con derechos y responsabilidades. No era como algunos pretenden hacer hoy, simplemente asistir a los cultos, sin ninguna responsabilidad ni compromiso. Este no es el modelo bíblico para el creyente. Cuando se desataron las persecuciones religiosas en Jerusalén y sus alrededores ¿Cómo identificaban a los creyentes en Cristo? De seguro el pueblo y las autoridades podían identificarlos porque eran miembros regulares de las asambleas locales de creyentes, es decir, no practicaban su fe de manera aislada y solitaria. (Hch. 8:1-3). Los perseguidos eran miembros de la Iglesia como dice Hechos 8:1 “En aquel día hubo una gran persecución contra la iglesia que estaba en Jerusalén; y todos fueron esparcidos por las tierras de Judea y de Samaria, salvo los apóstoles.”

Cuando los apóstoles y el resto de creyentes fueron esparcidos por otras ciudades y lugares, predicaron el evangelio conforme al mandato de Cristo, y en todo lugar establecieron comunidades de creyentes, es decir, Iglesias. Nunca instaron a nadie para que practicara su cristianismo solitariamente. Cuando se predicó el Evangelio por primera vez en Samaria, a través de Felipe, los apóstoles enviaron a Pedro y a Juan para confirmar la obra del Señor. ¿A quiénes fueron ellos? A los nuevos discípulos ¿Cómo los identificaron? Porque ellos habían conformado una asamblea (Iglesia) en esa ciudad. Por eso fue sencillo localizarlos y hablarles a todos juntos. No estaban aislados. Cuando Saulo fue encontrado por el Señor, camino a Damasco, entró a la ciudad y estuvo con los discípulos de Cristo en esa ciudad. Estos discípulos habían conformado una asamblea local, así fue como Pablo pudo estar con ellos varios días, aprendiendo las verdades del Evangelio. Al poco tiempo, después de Pentecostés y la conversión de Pablo, el evangelio se había extendido por toda Judea, Galilea y Samaria. Pero nos convertidos no andaban de manera solitaria sino que se unían para conformar iglesias locales (Hch. 9:31). Las Iglesias locales disfrutaban de paz y tranquilidad, por algún tiempo. Estas Iglesias locales habían sido conformadas por los creyentes o discípulos de Cristo. Nadie mas formaba parte de estas iglesias. Los creyentes de Antioquia también entendieron que debían unirse para conformar una Iglesia local y así fue que lo hicieron, recibiendo allí, por primera vez, el nombre de Cristianos, con el cual se designó a todos los creyentes en el Evangelio de Jesucristo.

Si revisamos el testimonio de todo el Nuevo Testamento encontraremos muchos ejemplos de la membresía en la Iglesia local. Los apóstoles se encargaron de organizar a estas comunidades de creyentes en todos los lugares. Ellos debían ser admitidos conforme a ciertos requisitos esenciales como la fe en Cristo, el bautismo y el sincero deseo de identificarse con los otros discípulos. También tenían responsabilidades como el participar de los cultos, la Santa Cena, la oración, la extensión del evangelio, el amor mutuo, la ayuda a los demás, servir en algunos oficios, ejercer los dones, andar conforme a los principios de santidad bíblicos etcétera. Pero los miembros también tenían muchos privilegios como ser ministrados por la predicación de la Palabra a cargo de los pastores y predicadores ordenados para ello, ser confortados y ayudados en sus momentos de dolor, ser disciplinados y muchos privilegios más. “El discipulado, el bautismo y ser miembro de una iglesia están íntimamente relacionados en la Gran Comisión. El discipulado, por tanto, demanda el bautismo, ser miembro de una iglesia y la sumisión a los ancianos-maestros de la iglesia. Ser miembro de una iglesia presupone y demanda un discipulado que se manifiesta en obediencia al Señor.”[1]

Necesitaríamos escribir otro libro para poder abarcar todo el consejo de Dios respecto a la membresía en la Iglesia local, pero, creo, que con los testimonios bíblicos anteriores sea suficiente para demostrar este principio.

Ahora, ¿quiénes pueden ser recibidos como miembros en una Iglesia local?

Requisitos para la membresía en una iglesia bíblica.

El asunto de los requisitos para la membresía en la Iglesia local ha generado ciertas discusiones y controversias, y algunas, con justas razones, entre los teólogos de diversas corrientes cristianas. Pero esto no debe estorbarnos para encontrar ciertos principios básicos en las Escrituras. Definitivamente debemos conocer cuáles son los requisitos esenciales que Cristo y los apóstoles establecieron para recibir a una persona como miembro de la Iglesia local. Recordemos que la Iglesia no es un club social, es decir, no recibimos a las personas por que tengan una determinada posición social, o porque sea altruista, o porque nos caiga bien, o porque sea miembro de nuestra familia. No recibimos a los miembros por su ciudadanía terrena, situación económica, color de piel, estudios académicos o por ninguna otra razón parecida. La Iglesia local no es una sociedad familiar, sectaria, racial o económica. Ella es el cuerpo de Cristo, es la sociedad de los salvados, de los regenerados, de los llamados a la santificación en Cristo Jesús. La Iglesia es la sociedad cristiana de los que han sido lavados y comprados por la sangre del Cordero de Dios. Es el templo del Espíritu Santo y la Casa de Dios. Ella es columna y baluarte de la verdad. Esto implica que debemos ser muy cuidadosos a la hora de recibir los miembros de ella. Aunque nuestra imperfección no nos permita escudriñar con plena certeza y seguridad la obra de fe en cada persona que solicita membresía en nuestras comunidades locales, no obstante, debemos ser diligentes en aplicar todos los principios que encontramos en las Escrituras, de tal manera, que estorbemos la entrada de personas no regeneradas, de lobos rapaces vestidos de ovejas y de engañadores a nuestras iglesias locales.

Requisito Espiritual: Verdadera conversión. No podemos recibir a ninguna persona como miembro de la Iglesia a menos que haya hecho una profesión de fe creíble. Aunque los pastores y líderes de las iglesias no tienen la capacidad de discernir con total seguridad la sincera conversión de una persona, es deber de ellos, cerciorarse que el candidato a miembro comprende las verdades esenciales del Evangelio, de su situación apartada y rebelde contra Dios, de su necesidad de Cristo como Salvador y Señor, de su dependencia del Espíritu Santo como ayudador para crecer mas en Cristo. Esto es muy importante. Aunque muchas veces esta profesión de fe pueda ser falsificada por algunos. No me estoy refiriendo a que, si la persona levantó la mano en un culto evangelístico en señal de conversión, o si firmó una tarjeta diciendo que creía en Cristo. No me refiero a eso. Mas bien estoy diciendo que el candidato debe ser interrogado respecto a su comprensión de lo que es el Evangelio y de su necesidad espiritual de Cristo. Tampoco estoy diciendo que el conocimiento intelectual de las doctrinas acredite que alguien sea regenerado, pero este conocimiento debe ser esencial para que una persona realmente sepa lo que es ser un seguidor de Cristo. En el testimonio que nos presenta Hechos hayamos que las personas unidas a las iglesias locales eran aquellas que habían aceptado el mensaje del Evangelio de Cristo y querían ser sus discípulos. Las primeras iglesias estaban conformadas por aquellos que “perseveraban unánimes en oración y ruego”, los que recibían con gusto la Palabra predicada, los que creían. Los miembros de la Iglesia de Roma eran los “amados de Dios, llamados a ser santos”. Estos se distinguían del resto de los hombres en que habiendo sido siervos del pecado ahora habían obedecido de corazón a la forma de doctrina a la cual habían sido entregados, y libertados del pecado, habían sido hecho siervos de la justicia. Los miembros de la Iglesia de Éfeso son llamados por Pablo como “los santos y fieles en Cristo Jesús, quienes habían recibido vida después de estar muertos en delitos y pecados. El apóstol Pablo manda a la Iglesia de Tesalónica que se aparten de todo hermano que anduviere fuera del orden. (2 Tes. 3:6). No podía mantenerse como miembro de la Iglesia alguien que estuviera en contra de la profesión y la conducta cristiana. El Nuevo Testamento requiere que los miembros de las iglesias anden en fe, amor, gozo, esperanza, puesto que ellos son “hijos de Dios”, “herederos de Dios”, “coherederos con Cristo”, “luz del mundo” y “sal de la tierra”. “Claramente tales deberes y relaciones presuponen la religión experimental como base de unión con una iglesia”[2]. Los miembros de las iglesias bíblicas son llamados, en el Nuevo Testamento, como: Discípulos de Jesucristo (Mt. 22:16; Jn. 2:2; Hch. 6:1), santos (Rom. 1:7; 1 Cor. 1:7; 2 Cor. 1:1; Ef. 1:1; Fil. 1:1), Hijos de Dios (Juan 1:13; 3:3; 1 Jn. 3:1), creyentes (Jn. 3:14-15; Rom. 3:24-28; Col. 2:6-7; Hch. 11:2). Por todo lo anterior es evidente que la membresía de la Iglesia local debe estar compuesta por personas regeneradas. La confesión de fe de 1689, hablando sobre el tema de los miembros, afirma lo siguiente: “Los miembros de estas iglesias son santos por su llamamiento, y en una forma visible manifiestan y evidencian (por su profesión de fe y su conducta) su obediencia al llamamiento de Cristo (Mt. 28:18-20; Hch. 14:22,23; Ro. 1:7; 1 Cor. 1:2, 13-17) y voluntariamente acuerdan andar juntos, conforme al designio de Cristo, dándose a sí mismos al Señor y mutuamente, por la voluntad de Dios, profesando sujeción a los preceptos del evangelio. (Hch. 2:41,42; 5:13,14; 2 Co. 2:6-8).

Requisito ceremonial: Bautismo. El Nuevo Testamento presenta a una Iglesia que bautizaba a todos aquellos que se identificaban como seguidores de Jesús. Su ingreso a la familia de Dios, o a la asamblea local, estaba marcada por el símbolo del bautismo. “Así que, los que recibieron su palabra fueron bautizados; y se añadieron aquel día como tres mil personas.” (Hch. 2:41). Todo aquel que profesaba fe en la Palabra del Evangelio debía ser bautizado y así era añadido a la comunidad local de creyentes. “Entonces respondió Pedro: ¿Puede acaso alguno impedir el agua, para que no sean bautizados estos que han recibido el Espíritu Santo también como nosotros? “ (Hch. 10:47) Todos los que eran injertados por el Espíritu Santo al cuerpo de Cristo, debían ser bautizados con agua como señal externa de su nuevo estado espiritual. Otros pasajes que presentan a la iglesia bautizando a los nuevos miembros: “Y Crispo, el principal de la sinagoga, creyó en el Señor con toda su casa; y muchos de los corintios, oyendo, creían y eran bautizados” (Hch. 18:8), “Cuando oyeron esto, fueron bautizados en el nombre del Señor Jesús.” (Hch. 20:5). Jesús ordenó a su Iglesia que enseñe el Evangelio (haga discípulos) y que éstos sean bautizados. (Mt. 28:19). “Pero cuando creyeron a Felipe, que anunciaba el evangelio del reino de Dios y el nombre de Jesucristo, se bautizaban hombres y mujeres.” (Hch. 8:12).
Requisito Organizacional: Acuerdo y compromiso voluntario con las políticas de la Iglesia. La confesión de fe de 1689, respecto a la membresía dice: “Voluntariamente acuerdan andar juntos, conforme al designio de Cristo, dándose a sí mismos al Señor y mutuamente, por la voluntad de Dios, profesando sujeción a los preceptos del evangelio (Hch. 2:41,42; 5:13,14; 2 Co. 9:13)” Cap. 26, Párrafo 6. Este requisito es muy importante debido al carácter comunitario de la Iglesia. Es un grupo de personas unidas en la hermandad producida por Cristo en sus corazones. Van a compartir juntos la adoración colectiva, la disciplina, el amor mutuo, el compañerismo, y muchas cosas más. Para ello es necesario que todos sus miembros se identifiquen unánimemente con las políticas y reglas de la iglesia local. Si algunos miembros son recibidos, a pesar de su inconformidad con la política interna de la Iglesia, de seguro que esto desembocará en problemas muy serios, incluso la división interna. Cuando hablo de políticas internas de cada Iglesia no estoy afirmando que la Iglesia local es libre de establecer sus parámetros conforme a los antojos de un líder o de un grupo de personas. NO. La Iglesia local debe amoldarse a los principios claros que nos dan las Escrituras, pues, de lo contrario, no será una iglesia apostólica ni bíblica. Pero, debido a nuestro pecado y las diversas interpretaciones doctrinales que, en algunos períodos de la Iglesia, se han dado a las Escrituras, hoy día tenemos muchas y variadas líneas teológicas y cúlticas que distinguen a nuestras comunidades. Aunque debo apresurarme a aclarar que solamente podremos considerar iglesias bíblicas a aquellas que se mantienen fieles en las doctrinas fundamentales del cristianismo, aunque haya divergencias en algunos aspectos de menor trascendencia. Debido a esta variedad, y con el ánimo de no tener una Iglesia cuyos miembros disienten en asuntos doctrinales, aunque no sea en temas fundamentales, es importante que los líderes de la iglesia local hagan un examen a los candidatos que vienen de otras comunidades cristianas. El candidato debe identificarse totalmente con la interpretación doctrinal de la iglesia y todas sus políticas, de lo contrario, los miembros recibidos con algunos desacuerdos, podrán generar ambientes de inconformidad, y, posiblemente, dividirán a la comunidad local. Aunque esto no debe impedir que, si un creyente que viene de otra comunidad cristiana y desea conocer nuestros principios doctrinales, reciba la enseñanza apropiada para que conozca por qué creemos lo que creemos. Pero, si después de habérsele explicado y sustentado bíblicamente el fundamento de nuestra interpretación doctrinal y política interna, y el solicitante persiste en su tradición anterior, no debe ser aceptado como miembro sino que se le debe recomendar otra iglesia de igual doctrina y práctica que la de él. Pero si se presenta la situación de ausencia de otras comunidades cristianas en la ciudad o población, a donde pueda acudir este cristiano que viene de otro lado, puede ser recibido como asistente, con el compromiso de callar frente a las interpretaciones o políticas que no comparta con la comunidad local.

Es necesario presentar algunas recomendaciones especiales para la recepción de los miembros que vienen de otras iglesias locales:

- Los pastores o ancianos de la iglesia receptora deben, si es posible, dialogar con el pastor de la iglesia de la cual procede el candidato a miembro, con el fin de conocer las razones exactas de su salida. Hoy día se vive una crisis eclesiástica en la cual un grueso de la población cristiana tiene en poca estima a la iglesia local. Esto se evidencia en las actitudes que muchos asumen cuando son disciplinados o amonestados por la iglesia, algunos se van de esa comunidad y buscan otra. Todos los pastores debemos amar a la Iglesia de Cristo y esto implica respeto por las decisiones disciplinarias que otras iglesias locales determinan para sus miembros. Cuando una iglesia local recibe como miembro a alguien que salió de la otra comunidad por asuntos disciplinarios, está desconociendo la autoridad que Cristo le ha dado a la Iglesia, y por ende, ellos mismos pierden autoridad. Debemos ser muy cuidados en no recibir creyentes resentidos de otras comunidades.

- A todo creyente que solicite membresía, y viene de otra iglesia local, se le debe exigir carta del pastor de la otra iglesia. Y de la misma manera, si un miembro tiene que irse de nuestra comunidad se le debe entregar una carta de recomendación y testimonio. Si practicáramos esto evitaríamos muchos peligros en nuestras comunidades. Conozco algunos casos donde las iglesias abrieron sus puertas a supuestos creyentes que venían de otras ciudades, mostraban una gran piedad, eran dados a la oración y al ayuno, muy pronto ganaron la confianza y el respeto de la iglesia, pero todo era un plan para sacar algún provecho personal, defraudar, y después irse de la iglesia para engañar a otra. No seamos tan ingenuos. El deseo de crecer numéricamente nos ha llevado a cometer muchos errores. Cuando recibimos a un miembro que viene de otra iglesia, y no investigamos las razones de su salida, podremos estar patrocinando pecados muy graves que no quisieron reconocer en otro lado.

Deberes y responsabilidades de los miembros de la Iglesia.

El propósito por el cual un grupo de creyentes o discípulos se unen a través de un mutuo acuerdo, para conformar una asamblea local, es el de glorificar a Dios mediante el cumplimiento de todas las designaciones que Cristo ha dado para estas asambleas. Esto implica que todos los miembros deben asumir ciertas responsabilidades que permitan la continuidad de la comunidad y el desarrollo del evangelio en su localidad. Los miembros de la iglesia deben comprometerse a:

- Asistir a las reuniones y celebraciones designadas. Especialmente guardar el día del Señor.

- Apoyar en lo económico para el sostén del ministerio, del edificio y otros asuntos necesarios.

- Promover la edificación y la paz. Ejercer los dones que haya recibido del Señor, con humildad y sumisión.

- Apoyar y someterse al liderazgo de la iglesia.

- Orar constantemente por la edificación de la Iglesia

- Conducirse en una vida cristiana piadosa, mediante la devoción personal a Dios, una vida familiar piadosa, el evangelismo personal, uso de la libertad cristiana y la separación del mundo.[3]

Deberes de los miembros para con sus pastores.

“Es la voluntad y señalamiento del Señor Jesucristo, el Rey y Cabeza de sus iglesias, que los miembros de la Iglesia se comporten con sus pastores, como sus siervos elegidos, que vienen en Su nombre, llevan Sus mandamientos, y llevan a cabo Sus negocios; y quienes deben ser tratados, en todos los aspectos, en una manera que corresponda a su oficio. En un sentido subordinado, ellos son embajadores de Cristo, y deben ser recibidos y estimados en una manera que corresponda con la autoridad y la gloria de Aquel que los comisiona. Cualquiera que los ignore, insulte o descuide, en la descarga de sus deberes oficiales, desobedece y rechaza a su Divino Maestro, quien resentirá intensamente todas las injurias hechas a ellos. Aquellos que entretienen pensamientos bajos del oficio pastoral, y desdeñan su ministerio que hablan con rechazo de sus ministros, que levantan un espíritu de resistencia a sus consejos, advertencias y reproches, ciertamente los rechazan, y no solo a ellos sino también a Aquel que los envió! Y por tal conducta ellos seguramente incurrirán en gran desagrado a Cristo (Luc. 10:16; 1 Ts. 4:8; 5:12,13)”[4]

Aunque el Nuevo Testamento no nos presenta a los pastores u obispos como una casta especial de sacerdotes, sino que son siervos llamados de entre los miembros de la Iglesia, lo cierto es que la Biblia insiste en que todos debemos darles honor, respeto y admiración por la labor que realizan. La Biblia, por enseñanza o testimonio, nos enseña que los miembros de las Iglesias locales deben a sus pastores:

- Sumisión a su autoridad escritural. Somos instados a acordarnos de nuestros pastores (Heb. 13:7), obedecerles y sujetarnos a ellos, porque velan por nuestras almas (Heb. 13:17), ya que ellos se han dedicado al servicio de los santos, es necesario someternos a su autoridad espiritual ( 1 Cor. 16:15,16).

- Honor, estima y amor especial. Pablo manda que los ancianos deben ser tenidos como dignos de doble honor (1 Tim. 5:17), ellos deben ser reconocidos como los que presiden en el Señor y se les debe tener en alta estima y amor por causa de su obra (1 Tes. 5:12,13).

- Asistencia a los cultos y predicaciones. Es necesario respaldar a nuestros pastores asistiendo a los servicios que oficia para la gloria de Dios. Todo verdadero pastor sufre cuando ve los asientos vacíos de algunos de los miembros, que prefieren quedarse en casa, y no asisten a los cultos.

- Oración fervorosa. El trabajo pastoral requiere de una gracia especial del Señor. Las oraciones de los miembros se convierten en un férreo baluarte y sostén para que los pastores puedan continuar ejerciendo sus labores con el poder del Señor. Requieren fortaleza espiritual, mental, emocional. Sus predicaciones deben estar bañadas por el poder de la oración. El apóstol Pablo siempre pedía a los miembros de las iglesias que oraran por él, para que cumpliera su ministerio, para que la palabra predicada corriera y fuera glorificada, para que Dios le librara de hombres perversos y, en fin, para que Dios le ayudara en todas las cosas. (2 Cor. 1:11).

- Guardar, proteger y promulgar la buena reputación del pastor. Aunque los pastores falsos deben ser denunciados, es deber de los miembros proteger la buena honra de sus pastores bíblicos. Nunca deberán abrir sus labios para juzgarlos o criticarlos, sino que defenderán su honor. Cuando se ha comprobado un pecado especial o la falsedad de un hombre que fue ordenado como pastor, esto debe ser juzgado por la iglesia en pleno, con la presencia de otros ministros o ancianos, pero nunca debemos apresurarnos a demeritarlos. Son siervos del Dios viviente.

- Apoyarlos económicamente. Pablo ordena que los que son enseñados en la Palabra, hagan partícipe de toda cosa buena al que lo instruye (Gál. 6:6), los que predican el Evangelio deben ser sostenidos por los que creen en el evangelio (1 Cor. 9:7,14). Si ellos se dedican exclusivamente a los deberes de su oficio, entonces deben ser recompensados económicamente para el sustento de ellos y de su familia (1 Tim. 4:13,15; 2 Tim. 2:4).

Ventajas de estar unidos como miembros oficiales a una iglesia local.

Algunas personas, por diferentes razones, tratan de llevar su cristianismo de una manera privada, sin hacerse miembros de una iglesia cristiana formalmente. Unos no se unen por traumas ocasionados en iglesias donde anteriormente se congregaban y sufrieron los abusos de un pastor dictador o, de alguna manera, fueron abusados. Otros no se unen a una iglesia local porque temen ingresar a un grupo sectario, o porque sospechan de los pastores que utilizan la fe de las personas para sacar provecho económico, popularidad y algunos logros políticos. Aunque debe tenerse mucho cuidado a la hora de tomar una decisión tan importante, como es el hacerse miembros de una iglesia local, esto no debe ser razón para aislarse. Recordemos que el cristianismo debe vivirse en las comunidades o asambleas locales constituidas por Cristo. La fe bíblica siempre está relacionada con la vivencia de un pueblo redimido por Cristo. A continuación quiero presentar algunas de las razones y ventajas por las cuales todo creyente debe procurar hacerse miembro de una iglesia local bíblica:

- El Señor Jesús se encarga personalmente de cuidarla, amarla y protegerla. ¡Qué privilegio!

- El Señor la edifica a través de los dones espirituales. Estos dones no son dados para el provecho individual de los creyentes, sino para el beneficio colectivo.

- Los dones de pastor u obispo fueron dados para cuidar de las ovejas (miembros). Sus predicaciones, que son exposiciones de la Escritura, realmente conducen a un crecimiento constante a los creyentes. Pero el cuidado pastoral solamente está autorizado en el contexto de una iglesia local. No es lo mismo escuchar predicaciones a través de la televisión, Internet o la radio (lo cual no es indebido, siempre y cuando no reemplacen la asistencia a los cultos), que el estar siendo pastoreados directamente por los siervos que el Señor mismo ha dado a la Iglesia. Las ovejas que forman parte de un redil (iglesia local), y tienen a un verdadero pastor, autorizado por Cristo, serán guiadas a los tiernos pastos y beberán de un manantial cristalino.

- Solamente en el contexto de la iglesia local podemos ser bendecidos con los medios de gracia, como las ordenanzas. El bautismo nos identifica como hijos de Dios, beneficiarios del pacto de Gracia, regenerados y discípulos de Jesucristo. (Mat. 28:19). Pero este bautismo debe ser realizado verdaderamente en el contexto de la Iglesia local por los ministros autorizados por Cristo. Otra bendición enorme que solo se puede recibir siendo miembros de una iglesia local es la comunión o la Santa Cena. Esta ordenanza dada directamente por Cristo no puede ser celebrada sino en el contexto del cuerpo local de creyentes. Aunque muchos tiene a la Cena del Señor simplemente como un rito sin poca trascendencia en la vida cristiana, realmente su celebración implica grandes consecuencias para todos los participantes. La Cena involucra al creyente en la verdadera unidad del cuerpo de Cristo, quien fue dado por Dios como el pan del cielo para salvar a su pueblo, y unirlo al Salvador, quien es su cabeza. La cena es llamada la comunión porque al celebrarla nos identificamos como miembros del pueblo que ha sido redimido por Dios de entre todas las naciones. La cena del Señor es algo mas que una simple conmemoración, de lo contrario el apóstol Pablo no insistiría en que los creyentes la celebren después de un previo examen personal, de hecho, algunas personas en la Iglesia local de Corinto habían recibido el castigo divino por una participación indigna, y se encontraban enfermos, mientras que otros habían muerto por la misma razón. Si esas son las consecuencias negativas, cuanto más grandes serán los beneficios de una participación sincera y de acuerdo a las instrucciones bíblicas.

- Un miembro de la Iglesia local podrá ser guardado del pecado mediante la disciplina. Tanto el Señor Jesús como los escritores del Nuevo Testamento dieron instrucciones para que las iglesias locales, por la autoridad de Cristo y los apóstoles, ejercieran disciplina sobre sus miembros. Esto evitará que los no regenerados perviertan la santidad de la Iglesia, puesto que sus malas obras serán expuestas a la luz; primero con el fin de traerlos a un sincero arrepentimiento y, segundo, para expulsarlos del seno de la asamblea local, si hay persistencia en conductas impropias que afectan el testimonio público de la Iglesia. La disciplina es como el callado del buen pastor que con punta afilada hiere y aleja a los lobos vestidos de ovejas que entran al rebaño encubiertamente para causar daño, pero también la disciplina advierte, reprende, corrige y encamina por la senda de la santidad a toda oveja que está siendo tentada por el mal. Esta es una preciosa bendición que solo puede disfrutarse en el contexto de una iglesia local bíblica.

- Si bien es cierto que los creyentes individualmente son llamados a adorar al Señor en su vida diaria, el mayor gozo del Señor está cuando su pueblo le adora de una forma corporativa. Tanto el Antiguo Testamento como el Nuevo de expresan de muchas maneras esta preciosa realidad. La adoración colectiva en la asamblea local es considerada por las Escrituras como algo muy bueno y delicioso (Sal. 133:1), porque expresa la armonía del pueblo de Dios. La adoración congregacional es comparada con el aceite que suaviza las heridas, pero, de manera especial, representa la abundante presencia del Espíritu Santo (v.3). La adoración de la iglesia local se convierte en un espacio en el cual el alma se refresca, así como el Monte de Sión es rejuvenecido día a día con el rocío de la mañana (v.3). En esta adoración grupal, cuya parte principal es la exposición, el Señor se place en rescatar a los perdidos, dándoles vida eterna por su santo evangelio predicado (v. 4), y bendice otorgando más vida, en abundancia, a los que ya le conocen. En el Antiguo Testamento la casa de Dios estaba representada por el templo de Jerusalén, pero en el Nuevo Testamento la Iglesia (asamblea) es la casa de Dios. (1 Tim. 3:15). Ya sabemos que la casa de Dios en estos tiempos no es un templo físico construido de concreto u otros materiales, sino que éste se encuentra construida con piedras vivas (1 Pe. 2:5), es decir, con personas que han pasado de muerte a vida por la fe en Jesucristo como Salvador y Señor (Jn. 6:47). El Salmo 84 debe reflejar el vivo deseo de todo verdadero creyente, pues, su mayor deleite se encuentra en adorar a Su Señor, el cual ha prometido su presencia especial en medio de la congregación de los santos. (Mt. 18:20; Ef. 2:21-22).

- Otra ventaja de ser miembro en una iglesia local bíblica es que las oraciones comunales hayan gran complacencia en el Señor, y todos nos ayudamos clamando al Salvador por el resto de los hermanos. (Mt. 18:19-20; Stg. 5:16; Ef. 6:18; 2 Cor. 13:7; Col. 1:9). Incluso, en los momentos de dolor y enfermedad, el miembro de la iglesia, cuenta con las oraciones de sus pastores o ancianos (Stg. 5:14).

- El miembro de una iglesia bíblica será guardado del error doctrinal. Gran peligro rodea al creyente que decide estar por fuera de la membresía en una iglesia local, su mente queda expuesta a toda clase de error doctrinal, pues, habita en medio de un mundo religioso lleno de gran confusión, un mundo donde han salido muchos falsos profetas (Mt. 7:15; 24:11,24; Hch. 13:6; 2 Ped. 2:3; Hch. 20:29; 1 Tim. 4:1-2; Tit. 1:11; Mt. 24:24). Pero los miembros de una iglesia bíblica son guardados por el Señor a través del ministerio de los pastores-maestros, quienes tienen la responsabilidad de ocuparse, primordialmente, en la lectura, la exhortación y la enseñanza (1 Tim. 4:13,15), con el fin de edificar a los santos, evitando que sean víctimas de las falsas doctrinas y los lobos que se disfrazan de ovejas. (Hch. 20:26-32; 2 Ts. 2:15; 1 Ti. 1:3,10; 4:6,16; 2 Ti. 3:18; Ti. 2:1). El conjunto de la Iglesia local ofrece protección para impedir el avance de la herejía y el engaño, siempre y cuando se mantengan firmes en la suficiencia de las Escrituras. (1 Cor. 14:6; 2 Tes. 2:15; 2 Jn. 9).

- Solo a través de la Iglesia local podrá poner al servicio de la comunidad cristiana los dones que le han sido dados por el Señor para la edificación de Su pueblo. Estos dones no son para el beneficio individual, sino el colectivo. Los dones se complementan unos con otros, y es necesario probarlos para ver si son reales y vienen del Espíritu de Dios.

[1] Waldrom, Samuel. Exposición de la confesión Bautista de 1689. Evangelical Press. Página 322.
[2] Harvey, D.D. La Iglesia. Ed. Clie. Página 27.
[3] Bosquejo presentado por el pastor Greg Nichols en su conferencia sobre la Eclesiología durante el mes de Febrero de 2004, en la Iglesia Bautista de la Gracia, Santiago Rep. Dominicana.
[4] John Angel James, El deber de los miembros de la iglesia a sus pastores. Edición resumida del libro original en inglés “Comunión Cristiana, o la guía de los miembros de la Iglesia” publicado originalmente en Junio de 1882 en Londres. Publicaciones de la Gracia. Santiago (Rep. Dominicana).

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