domingo, 12 de octubre de 2008

X. La Unidad de la Iglesia.

“Todos los santos que están unidos a Jesucristo (Ef. 1:4; Juan 17:2,6; 2 Co. 5:21; Ro. 6:8; 8:17; 8:2; 1 Co. 6:17; 2 P. 1:4), su cabeza, por su Espíritu y por la fe (Ef. 3:16,17; Gá. 2:20; 2 Co. 3:17,18) (aunque no por ello vengan a ser una persona son Él 1 Co. 8:6; Col. 1:18,19; 1 Ti. 6:15,16; Is. 42:8), participan en sus virtudes, padecimientos, muerte, resurrección y gloria (1 Jn. 1:3; Jn. 1:16; 15:1-6; Ef. 2:4-6; Ro. 4:25; 6:1-6), y, estando unidos unos a otros en amor, participan mutuamente de sus dones y virtudes (Jn. 13:34,35; 14:15; Ef. 4:15; 1 P. 4:10; Ro. 14:7,8), y están obligados al cumplimiento de tales deberes, públicos y privados, de manera ordenada, que conduzcan a su mutuo bien, tanto en el hombre interior como en el exterior (Ro. 1:12; 12:10-13; 1 Te. 5:11,14; 1 P. 3:8; 1 Jn. 3:17,18; Gá. 6:10)” Confesión de Londres de 1689.Capítulo 27, párrafo 1.

Las declaraciones doctrinales que encontramos en la confesión de Londres (también en la de Westminster) acentúan una verdad maravillosa respecto a la Iglesia: Su unidad.

Este es un tema de gran importancia para todo creyente. Jesús afirmó que él vino a edificar SU Iglesia. En los Evangelios, y al comienzo de Hechos es fácil detectar la unidad de la Iglesia, pues solamente había una asamblea, la Iglesia de Jerusalén. Estaba conformada por los 11 apóstoles, luego se añadió Matías, y los discípulos que habían quedado fieles al Señor luego de su ascensión. Esta iglesia muy pronto creció debido a las conversiones registradas en el día de Pentecostés y la adición de nuevos discípulos como resultado de la predicación y el buen testimonio de sus miembros.

Después de este inicio florido, se desató en Judea una persecución cruel contra la Iglesia, provocando el éxodo de muchos de sus miembros y líderes a otras ciudades y Estados. La consecuencia obvia de este desplazamiento fue la predicación del Evangelio y la consecuente reunión de nuevos creyentes para adorar al Señor mediante la predicación de la Palabra. Sabemos que una Iglesia es una asamblea de personas que se apartan con un fin o propósito específico. De allí que a estos nuevos grupos de creyentes se les dio la designación de Iglesia. Es así que hayamos la Iglesia de Jerusalén, la Iglesia de Antioquia, la Iglesia de Éfeso, y numerosas iglesias más. Podemos preguntarnos ¿Continuaba siendo una sola la Iglesia de Cristo, a pesar de los nuevos grupos que se formaron en otras ciudades? ¿Cómo podría conservarse la verdad de UNA SOLA IGLESIA DE CRISTO en medio de las nuevas IGLESIAS LOCALES que estaban surgiendo, de diferentes naciones, costumbres y contextos?

Creo que si descubrimos este principio unificador en el Nuevo Testamento, podremos tener claridad sobre el tema de la Unidad de la Iglesia en nuestro siglo XXI.

La confusión ha sido de gran magnitud respecto al tema de la Unidad de la Iglesia. Algunos sostienen conceptos que contradicen las ideas de otros, es decir, muchos argumentos son expresados hoy respecto al tema de la Unidad de la Iglesia.

Pero ¿Cuál de todos será el más bíblico? Es una tarea ardua la que debe hacerse para llegar a una conclusión realmente bíblica. Pero creo que no es imposible. Realmente esto debiera ser claro para todos los creyentes, porque Jesús, y los apóstoles se encargaron de establecer ciertos principios para la unidad del cuerpo de Cristo.

Algunos piensan que la verdadera unidad de la Iglesia consiste en la unión externa, a través de ciertos organismos eclesiásticos, de las diferentes denominaciones o iglesias existentes en una región, país o en el mundo. Para lograr este tipo de unión es necesario que las diferentes iglesias o denominaciones sean flexibles en sus posiciones doctrinales y dogmáticas de tal manera que puedan caber iglesias con creencias y prácticas contrarias, en otras palabras, el tema de la doctrina bíblica no es la base para esta unión. Lo importante es que todos podamos trabajar armoniosamente para la extensión del reino de Cristo.

Por otro lado, encontramos a muchas iglesias que se resisten a cualquier trabajo en conjunto con otras congregaciones. Para ellos la verdadera unidad es la de la Iglesia local y, prácticamente, desconocen la existencia de La Iglesia Universal de Cristo.

Como podemos, ver este tema no es tan sencillo ni tan comprendido por la mayoría de Cristianos.

Como dije al principio, las Escrituras no nos dejan a oscuras respecto al tema de la Unidad de la Iglesia. Este es un tema de trascendente importancia en la Biblia y no podemos dejarlo a un lado. Intentemos ahondar en la enseñanza bíblica respecto al tema y permitamos que el Señor nos guíe a andar por los caminos de la verdadera unidad.

¿Realmente las Escrituras hablan de la unidad de la Iglesia?

Es necesario que empecemos respondiendo esta pregunta, porque, como creyentes bíblicos, debemos estar seguros de que nuestra doctrina y práctica procede de la revelación escrita de Dios. Es posible que algunos no se preocupen por el tema de la unida de la Iglesia debido a que ignoran si las Escrituras hablan de ella. Analicemos cada uno de los pasajes que establecen principios sólidos para la unidad:

- Juan 17:21. “Para que todos sean uno; como tú, oh Padre, en mí, y yo en ti, que también ellos sean uno en nosotros; para que el mundo crea que tú me enviaste.”

- “Edificaré mi Iglesia”. Mat. 16:18. Jesús vino a edificar Una Iglesia.

- Ef. 2:20. “Edificados sobre el fundamento de los apóstoles y profetas, siendo la principal piedra del ángulo Jesucristo mismo, en quien todo el edificio, bien coordinado, va creciendo para ser un templo santo en el Señor”. Si existe un solo fundamento, es porque Jesús está identificando un Solo edificio: La Iglesia. Esto implica que todos los miembros de las iglesias locales constituyen este único edificio espiritual.

- La cabeza (Cristo) y el cuerpo. El apóstol Pablo insiste en presentar a la Iglesia como un cuerpo unido bajo el gobierno de una sola cabeza, es decir, Cristo. (Ro. 12:4-5; 1 Cor. 10:17; 1 Cor. 12:12-13; 1 Cor. 12:27,20; Ef. 1:23; Ef. 2:16; Ef. 3:6; Ef. 4:4; Ef. 4:16; Ef. 5:23; Ef. 5:30; Col. 1:18; Col. 1:24; Col. 2:19; Col. 3:15)

- Las Escrituras presentan a la Iglesia como la novia o la esposa que un día será presentada ante Cristo, una sola. (Ap. 19:7; Ap. 21:2; Ap. 21:9; Ap. 22:17).


Este tema ha sido tratado ampliamente por las Iglesias de todos los tiempos. Mucho más en estos días de pluralismo, ecumenismo e integración. Las naciones se están uniendo en grandes bloques económicos que les permitan asegurar su desarrollo, las religiones están dialogando para encontrar puntos de encuentro que les permita sobrevivir en un mundo cada vez mas secular y ajeno a la fe religiosa.

Las Escrituras también insisten en presentar la realidad de la unidad de la Iglesia de Cristo. Pero esta unidad debe ser entendida conforme a los principios divinos y no debe estar cimentada en las ideas que los hombres tienen de la unidad.

2. ¿Cuál es el fundamento para la Unidad de la Iglesia?

La unidad de la Iglesia está fundamentada en la relación única que cada cristiano mantiene con Su Cabeza: Jesús.

Es preciso establecer este principio fundamental al hablar de la unidad de la Iglesia. Recordemos que Jesús es la Cabeza de la Iglesia, por lo cual ningún sínodo, denominación, cuerpo de pastores o entidades paraeclesiásticas pueden tomar decisiones respecto a la Unidad de la misma, aparte de lo que Cristo ha dictado. Todas las iglesias locales deben mantenerse en la unidad que Jesús ha establecido para ella.

La verdadera unidad de la Iglesia está fundamentada en la unidad que los verdaderos creyentes mantienen con Cristo. En todas las naciones y continentes, cada uno de los que ha puesto su fe en Cristo, y ha sido regenerado por el Santo Espíritu ha sido hecho uno con Cristo. “La comunión de los santos no es meramente una alianza humana, ni tampoco es directa. Por el contrario, los santos están en comunión mediante su unión común con otro: Jesucristo”[1]. Siendo hijos de un mismo Padre y compartiendo el mismo Espíritu que recibimos al estar unidos con Jesús, todos los creyentes guardamos esta estrecha comunión.

Esto es prueba irrefutable de la comunión férrea que compartimos todos los creyentes. Aunque no se conozcan, aunque nunca hayan estrechado sus manos, están unidos por el vínculo perfecto que tienen con Cristo.

Pero, ¿En qué sentido y de que forma estamos unidos a Cristo?

Es importante tener claridad en este asunto, en virtud de la intromisión de corrientes esotéricas y de la Nueva Era en algunos conceptos y prácticas de las Iglesias modernas. Estas filosofías enseñan que el hombre puede hacerse uno con el Dios Eterno, a través de la meditación, la concentración, las buenas obras y otras formas. Pero debemos saber que la Biblia nos presenta al Dios Eterno como el inaccesible, el Sublime, el que está por encima de todo, al cual los cielos de los cielos no pueden contener. Ninguna criatura, por muy inteligente y moral que sea, podrá jamás mezclarse con la sustancia eterna de Dios. La unión que tenemos con Cristo es de otra naturaleza. De allí que la Confesión se apresure a aclarar: “Esta comunión que los santos tienen con Cristo, no les hace de ninguna manera participantes de la sustancia de su divinidad: ni los hace iguales a Cristo en ningún respecto, y el afirmar tal cosa sería impiedad y blasfemia. (Col. 1:18; 1 Cor. 8:6; Sal. 45:7; 1 Tim. 6:16).”. Confesión de Westminster, Capítulo XXVI, párrafo 3.

- La unión con Cristo se fundamenta en el plan electivo de Dios. (Ef. 1:4). El Dios eterno a mirado a su pueblo redimido, desde la eternidad, solamente a través de Cristo, quien es su cabeza federal o representativa. Los creyentes guardamos esta unidad especial con Cristo, pues en él, Dios ha provisto el plan soberano de la Salvación.

- Somos uno con Cristo en la relación que guardamos frente a la Ley Santa de Dios. Jesús, siendo nuestra cabeza federal, ha cumplido perfectamente todas las demandas de la Ley, no solo en su sentido moral sino en el ceremonial. Él fue el sacrificio perfecto por nuestros pecados. Ahora la salvación y reconciliación que gozamos con Dios, es totalmente dependiente de Cristo, “De aquí es que nuestro estado legal se determina por el suyo, y sus derechos, honores y relaciones, son hechos nuestros en compañía de él… Por esto nuestra vida espiritual se deriva de él, y se sostiene y se determina por su vida, porque él es nuestra porción (Gál. 2:20)”.[2]

- Somos uno en Cristo porque el Espíritu Santo nos da vida a todos. (Ro. 8:2; 1 Co. 6:17; 2 P. 1:4). Dios Padre ha enviado al Espíritu Santo para que obre en los creyentes la vida plena que Cristo conquistó mediante su obra de redención. Este Espíritu, que procede de Dios Padre y Dios Hijo, es “el órgano de la presencia de Cristo, el medio infinito por el que la plenitud de su amor y vida y todos los beneficios comprados por su sangre, circulan libremente de la Cabeza a los miembros”[3]

Esta es la unión que tenemos con el Salvador, la única cabeza de la Iglesia. Él nos compró con su sangre preciosa y ahora le pertenecemos. Toda la vida del creyente está centrada en Cristo, vive para él, canta para él, ama para él. Todas sus posesiones, virtudes, logros y alcances le pertenecen a Jesús.

De esta unión mística[4] con Cristo se desprende la unión que tenemos todos los creyentes. Siendo que somos un solo cuerpo con Jesús, entonces todos estamos unidos a todos. Debemos advertir que esta unión de los creyentes no viola la individualidad, pero sí afianza la integración y compañerismo del único pueblo de Dios. “Están animados por el mismo Espíritu, están llenos del mismo amor, permanecen en la misma fe, se empeñan en la misma batalla y están comprometidos para alcanzar la misma meta. Juntamente se interesan en las cosas de Cristo y de su Iglesia, de Dios y de Su reino, Jn. 17:20, 21; Hch. 2:42; Rom. 12:15; Ef. 4:2,3; Col. 3:16; 1 Tes. 4:18; 5:11; Heb. 3:13; 10:24,25; Sgo. 5:16; 1 Jn. 1:3,7.)[5]

El apóstol Pablo, en la carta a los Efesios, presenta de una forma maravillosa la realidad de esta unidad que mantenemos todos los creyentes:

Yo pues, preso en el Señor, os ruego que andéis como es digno de la vocación con que fuisteis llamados, 2con toda humildad y mansedumbre, soportándoos con paciencia los unos a los otros en amor, 3solícitos en guardar la unidad del Espíritu en el vínculo de la paz; 4un cuerpo, y un Espíritu, como fuisteis también llamados en una misma esperanza de vuestra vocación; 5un Señor, una fe, un bautismo, 6un Dios y Padre de todos, el cual es sobre todos, y por todos, y en todos.

En mi libro, “Efesios: Las riquezas de Su gracia”, comentado este pasaje, se logran interpretar estas verdades fundamentales que mantienen unida a la Iglesia:

“Solícitos en guardar la unidad del Espíritu en el vínculo de la paz[6]. V. 3. La unidad de la Iglesia es un asunto que ha empezado en Dios. Cuando Pablo dice que debemos guardar la unidad, es porque está dando por sentado que ella ya existe, ha sido dada por Dios. Los movimientos ecuménicos e interdenominacionales pretenden encontrar la unidad de la Iglesia, pero esto es absurdo. La unidad ya está dada por el Señor, nuestro deber es esforzarnos en guardarla. Pero esta unidad no consiste en la unión externa de las diferentes iglesias locales conformando una gigantesca denominación, como algunos lo han entendido, o, solamente, en la integración a través de diversas actividades externas intereclesiásticas, esta clase de unidad no es la que presenta Pablo. La unidad es del Espíritu, es decir, los creyentes somos hechos partícipes de un solo cuerpo, pero esto solo es obra del Espíritu Santo. En nuestras iglesias locales somos llamados a esforzarnos con toda solicitud en mantener la paz que debe caracterizar a los redimidos por el Cordero y en los cuales mora abundantemente el Espíritu de Dios.

Un cuerpo, y un Espíritu, como fuisteis también llamados en una misma esperanza de vuestra vocación; un señor, una fe, un bautismo, un Dios y Padre de todos, el cual es sobre todos, y por todos, y en todos. V. 4-6. Para confirmar lo que Pablo viene instruyendo a la Iglesia, es decir, que debemos esforzarnos en mantener la unidad de la Iglesia, acude a hechos espirituales evidentes que sientan las bases firmes de la unidad que ya ha efectuado Dios. Esta unidad no es, ni debe ser, el resultado de las ideas humanas, sino que, como toda práctica cristiana, debe estar fundamentada en la correcta doctrina bíblica. La unidad cristiana debe conservarse porque solo hay un cuerpo. Jesús compró con su sangre a un solo cuerpo, a la iglesia. (Efesios 5:23-32). Algunas iglesias se han unido con otras, de distinto credo, para formar una denominación porque creen que así se expresa la unidad, pero lo cierto es lo contrario, estas uniones lo que reflejan es el poco esfuerzo que estamos haciendo en la verdadera unidad. La unidad, según las Sagradas Escrituras, consiste en que todos los creyentes, de todos los tiempos, hemos sido unidos misteriosamente por el Espíritu Santo en un solo cuerpo. Aunque los creyentes de distintas naciones o regiones seamos diferentes en algunas cosas, de todas maneras seguimos siendo parte del único cuerpo de Cristo. Aunque los creyentes de algunas iglesias tengamos diferentes formas de expresar nuestro culto a Dios, de todas maneras seguimos formando del único cuerpo de Cristo. Hay diferencias entre una y otra iglesia local, mas bien resultado de nuestras imperfecciones y no del propósito de Cristo, pero si hay verdadera fe y conversión, seguimos formando parte del único cuerpo. El movimiento ecuménico que pretende juntar a las Iglesias en una gran estructura religiosa no expresa la verdadera unidad del cuerpo de Cristo.

Otra razón por la que debe guardarse la unidad de la Iglesia es que solo hay un Espíritu. ¿Esto que significa? La Iglesia de Cristo, que es un solo cuerpo, ha sido unida por el único y mismo Espíritu Santo. El mismo Espíritu es el que ha llamado eficazmente a los pecadores para que vengan a Cristo. El mismo Espíritu es el que nos ha convencido de juicio, de justicia y de pecado. El mismo Espíritu es el que ha producido el nuevo nacimiento o la regeneración en nuestros corazones. El mismo Espíritu es el que nos ha bautizado al cuerpo de Cristo y nos ha unido con el resto de los santos. El mismo Espíritu es el que ha dado dones a cada Iglesia local para que puedan ser edificadas. Solo él fue quien inspiró a los apóstoles y profetas para que establecieran el fundamento sobre el cual la Iglesia de Cristo se edifica día a día. ¿Hay varios Espíritu Santo? ¿Para cada Iglesia local hay un espíritu diferente que ha efectuado las obras de la gracia mencionadas anteriormente? No. Entonces, si hay solo un Espíritu que ha operado la gracia en los creyentes, no queda otra conclusión que la Iglesia es una sola, y que todos los santos formamos parte de un único cuerpo, de una sola comunidad.

Otro elemento unificador es la esperanza de nuestra vocación. Todos los creyentes, de todos los lugares y tiempos, hemos sido llamados por Dios para ser santos, para vivir para su Gloria y para ser conformados a la Imagen de Jesucristo. Esta es la única esperanza que tenemos. No podemos decir que los creyentes de determinada denominación o región han sido llamados por Dios para tener otra esperanza. Todos esperamos la misma glorificación. Todos esperamos la misma ciudad celestial. Todos anhelamos el nuevo cielo y la nueva tierra donde mora la justicia y la gloria de Dios lo llena todo. Esta verdad también debe hacernos conscientes de la unidad de la Iglesia, y a la vez, debe apartarnos de todo lo que obstaculiza la paz y armonía entre los hermanos.

Además de los elementos anteriores, otro muy importante es que la Iglesia tiene Un Señor. Todos reconocemos a Jesús como el Soberano Señor de la Iglesia, el único salvador y a quien debemos obediencia. Al respecto Erdman dice: El reconocimiento de la soberanía exclusiva de Cristo reúne a los creyentes y los capacita para reconocer su unidad en Él que es la cabeza del cuerpo, que es la iglesia, pero es también el Señor y Maestro de cada uno de los creyentes. El reconocimiento de esta relación lleva al creyente a una actitud de simpatía y afecto para con todos los que sirven y honran igualmente a Cristo[7].

La Iglesia solo tiene Una Fe. Todas las personas que han sido redimidas e insertadas al cuerpo de Cristo, la Iglesia, lo han hecho por el don de la fe salvadora que le ha sido dada por Dios. Los santos de todos los lugares y tiempos han llegado a esa condición a través de la fe en Jesucristo. Nadie ha ingresado a la Iglesia de otra forma, sin esta fe salvadora es absolutamente imposible. Siendo una sola la fe que nos salva ¿Acaso esto no nos debe identificar como hermanos y miembros del mismo cuerpo? En el Nuevo Testamento también se denomina como fe, no solo al modo subjetivo de la misma, es decir, la fe salvadora, sino al conjunto de la doctrina cristiana, la cual es llamada, teológicamente, la fe objetiva. La Iglesia de Cristo solo tiene un cuerpo doctrinal: La revelación escrita. No hay más. Las confesiones de fe y declaraciones doctrinales no son más que resúmenes, en palabras entendibles para la sociedad de la época, de las grandes doctrinas contenidas en las Sagradas Escrituras. Todos los verdaderos creyentes utilizamos el mismo cuerpo doctrinal: La Biblia. Siendo una sola Biblia, entonces esto también debe ser un factor unificador. Todas las Iglesias deben estar sometidas a esta norma máxima en materia de fe y conducta. Sus doctrinas deben ser escudriñadas e interpretadas de acuerdo al conjunto de enseñanzas de la misma. Cada Iglesia local debe esforzarse en que todos sus miembros puedan conocer e identificarse con la interpretación que ella hace de la Biblia, solo así podrá haber armonía y un crecimiento estable. Las iglesias que no se preocupan por escudriñar las Escrituras y establecer principios doctrinales sólidos para ser enseñados a sus miembros, muy pronto serán llevadas por las divisiones internas y el error ingresará con mucha facilidad.

El Bautismo también presenta la gloriosa verdad de la unidad del cuerpo de Cristo, es decir, la Iglesia. Todos los creyentes deben ser bautizados en una Iglesia local. Este es un mandato de Cristo (Mateo 28:19; Mar. 16:16; Hech. 2:38) y nadie que se llame creyente puede obviarlo, pues, esto sería un acto de desobediencia flagrante contra el Señor que le salvó. El bautismo no puede ser realizado fuera del contexto de la Iglesia local, pues, este representa, en cierto sentido, la vinculación de él al cuerpo local de santos. El bautismo es un símbolo externo que señala la obra interna del Espíritu, el cual le ha regenerado e insertado al cuerpo universal de Cristo. Todos somos bautizados con ese mismo bautismo.

Un Dios y Padre de todos, el cual es sobre todos, y por todos, y en todos. V. 6. Otro factor unificador de la Iglesia de Cristo es el hecho de que tenemos un solo Padre. Jesús dijo en Juan 1:12 Mas a todos los que le recibieron, a los que creen en su nombre, les dio potestad de ser hechos hijos de Dios. Todos los creyentes, de todos los lugares y tiempos, hemos sido adoptados como hijos del mismo Padre, entonces, siendo miembros de la misma familia nos debe caracterizar la unidad espiritual, puesto que nuestro Padre también es espiritual. Este Padre que tenemos en común está sobre todos, es decir, gobierna soberanamente sobre toda la Iglesia[8], también es por todos, pues bendice a la Iglesia a través de Jesucristo y es en todos, porque a través de la persona del Espíritu Santo habita en los corazones de todos los creyentes.

De todo esto no queda otra conclusión segura que afirmar y reafirmar la absoluta unidad de la Iglesia de Cristo. Ella es una, aunque la apariencia externa creada por las tantas denominaciones cristianas pareciera indicar lo contrario. Pero la verdadera unidad es de índole espiritual. Aunque muchas iglesias tengan formas externas diferentes, los verdaderos creyentes de éstas forman un solo cuerpo de Cristo y no varios cuerpos. No obstante, todos los creyentes somos responsables de expresar, con un carácter cristiano inundado de las virtudes de la humildad, la mansedumbre, la paciencia, el amor y la paz, el sentido de unidad que Dios el Padre, Su Hijo Jesucristo y el Espíritu Santo le han impregnado. Esto debe evidenciarse en cada Iglesia local y, en el ámbito universal, las verdaderas Iglesias locales deben trabajar y cooperar unidas en extender el Evangelio del Reino a todas las naciones.”[9]

¿La unión de la Iglesia significa que todos debemos ser iguales en todos los asuntos y que todas las Iglesias se unan bajo una misma organización externa?

Muchas personas utilizan las famosas palabras de Cristo en Juan 17:1 “Para que todos sean uno”, con el fin de justificar un ecumenismo regional, continental y mundial de todas las Iglesias cristianas, sin importar las diferencias doctrinarias que tengamos respecto a temas fundamentales como la “Salvación por la sola fe, sola gracia y solo Cristo”. Pero esta unión es propiciada simplemente por los conceptos pluralistas humanos. Jesús oró por la unidad de su pueblo, y esto debe motivarnos a buscar de qué manera podemos expresar esta unión en el mundo de hoy. Pero ¿Quiénes son los que deben guardar esta unión? Creo que respondiendo esta pregunta estaremos excluyendo muchas cosas que hoy se consideran unidad, pero que, bíblicamente, no lo son. ¿Por quiénes oró Jesús en Juan 17 para que permanecieran en unidad? ¿Oró por todos aquellos que se llaman cristianos? ¿Oró por todas las iglesias y denominaciones que se hacen llamar cristianas? Miremos por quiénes oró Cristo:

- Por los que tienen vida eterna, habiendo conocido verdaderamente al Dios Padre y al Hijo que fue enviado. Juan 17:3. Esto excluye de la unidad a los simples o aparentes creyentes que invaden las Iglesias hoy día. Solamente están unidos los que tienen gozan de la vida abundante de Cristo, por la presencia de Su Santo Espíritu.

- Por los que eran del Padre (en decreto eterno: predestinación), que le han sido dado a Cristo. 17:6.

- Por los que guardan las Palabras de Cristo. (Siendo que Cristo dio una Palabra, esto implica que todos los que guardan su Palabra tienen la misma doctrina). Juan 17:6b (Compare Mat. 7:28; 22:33; Luc. 4:32; Juan 7:16,17; Hch. 2:42; Hch. 13:12; Ro. 6:17; 16:17; Ef. 4:14; 2 Tes. 2:15; 1 Ti. 1:3; 1:10; 4:6; 4:16; 2 Ti. 3:10; 4:3; Tit. 2:1; 2:10; 2 Jn. 9,10). De la misma manera, el apóstol Pablo, cuando presenta la gloriosa realidad de la unidad de la Iglesia, lo hace, después de haber establecido los principios doctrinales fundamentales que dan un piso firme a esta unidad. Él no la concebía como algo externo, donde podían participar cualquier clase de personas o iglesias, sino solamente los escogidos de Dios, los que han conocido a Cristo verdaderamente y han sido objetos de su obra de redención, y han sido llenados por el Espíritu de Dios, de tal manera que ahora viven vidas nuevas, transformadas y llenas de las Palabras de Cristo. En los pasajes anteriores podemos ver que solamente los que conocen las Palabras de Cristo (su doctrina) pueden tener comunión íntima. Sin esta doctrina no hay comunión verdadera, aunque externamente conformen estructuras bien organizadas y hagan trabajos sociales o de “evangelismo”, esto solo será obra humana. La doctrina de Cristo es requisito fundamental para guardar la unidad. Jesús predicó una doctrina que transmitió a sus apóstoles. A la vez, los apóstoles se encargaron de escribirla en los libros del Nuevo del Testamento y dejarla como el fundamento seguro sobre el cual la Iglesia sería edificada. Los primeros creyentes debían guardar esta doctrina y esto fue lo que hicieron, ellos se identificaban como los guardadores de la doctrina de los apóstoles y de Cristo. El apóstol Pablo, por doquier, anunciaba la doctrina de Cristo y de Dios, instando a los ancianos de cada Iglesia para que se mantuviera fiel a esa doctrina, enseñándola a toda la congregación. Era considerado un apóstata o un falso hermano todo aquel que no perseverara en esta doctrina. La Iglesia de este siglo también está obligada a permanecer fiel al único cuerpo doctrinal que nos dejó Cristo, los apóstoles y profetas, es decir, las Sagradas Escrituras. Todo creyente e iglesia que se mantiene fiel a esta Palabra, está unida a Cristo y, por ende, a todos los verdaderos creyentes.

- Jesús oró por aquellos que recibieron sus Palabras, es decir, la aceptaron con sincera fe, sin cuestionar ninguna de ellas. Esto de por sí excluye de la comunión a las iglesias liberales que se atreven a cuestionar algunas doctrinas, por ser contrarias al espíritu pluralista de la época. Juan 17:8.

- Oró por aquellos que han creído en Cristo, como el Salvador venido de Dios el Padre. 17:8b. Jesús es el Hijo del Dios Eterno, enviado por Él para redimir a Su Pueblo, todo aquel que no crea que Jesús es el Hijo Eterno (De la misma sustancia divina) no está en la comunión de la Iglesia (Esto excluye a los neo-arrianos como los Testigos de Jehová y algunas iglesias evangélicas que niegan la divinidad de Cristo), pero siendo que debe creerse que Jesús fue enviado por el Padre, esto también excluye de la comunión a los neo-modalistas, como los Unitarios que niegan la existencia siempre presente de Dios Padre, Dios Hijo y Dios Espíritu Santo.

- Oró por todos los que habían de creer en todos los tiempos. 17:20

Este pasaje de Juan 17, que es muy utilizado por los grupos ecuménicos hoy día, ¿Qué clase de unidad presenta para la Iglesia? Creo que las palabras de Cristo son muy claras: “Para que todos sean uno; como tú, oh Padre, en mí, y yo en ti, que también ellos sean uno en nosotros; para que el mundo crea que tú me enviaste.2La gloria que me diste, yo les he dado, para que sean uno[10], así como nosotros somos uno” Juan 17:21-22. La unidad que existe entre la El Padre y el Hijo, es la misma unidad que debe caracterizar a la Iglesia. Pero ¿De qué manera están unidos el Padre y el Hijo? “Diga lo que se dijere de los versículos del capítulo 17, es evidente que no podemos tomar esta declaración en forma liviana o superficial, como si el significado fuera perfectamente claro. Nuestro Señor trata aquí de la unión mística que existe entre las personas de la Trinidad.”[11] Es decir, así como el Padre y el Hijo son uno en esencia, todos los creyentes, en sentido espiritual, somos uno en “mente, esfuerzo y propósito”[12], porque tenemos la misma vida que procede de Cristo. Pero también nos une la misma fe, los mismos propósitos, el mismo amor, el mismo objetivo. Esto es verdadera unidad.

3. ¿De qué manera práctica la Iglesia expresa su Unidad ante el mundo?

Juan 20:21 finaliza con la frase “… para que el mundo crea que tú me enviaste”. Esto quiere decir que la Unidad de la Iglesia deberá ser vista por “el mundo” y, éstos, al contemplar dicha unidad volverán sus ojos a Cristo y estarán con mayor disposición para creer en su mensaje salvador. Hendriksen comenta este pasaje de la siguiente manera: “Cuando los creyentes están unidos en la fe y presentan un frente unido ante el mundo, ejercen poder e influencia. Cuando se dividen a causa de luchas y disensiones, el mundo (sentido ético: el género humano necesitado de salvación) no sabrá a qué atenerse ni tampoco como interpretar sus llamados testimonios”.[13]

Es obvio que este pasaje no está diciendo que todo el mundo va a creer en Cristo, aunque vean la unidad de la Iglesia y sean impactados por ella. Solo creerán los que estén llamados eficazmente por el Espíritu Santo para salvación. En el contexto del pasaje Jesús está utilizando la palabra “mundo” para referirse a dos cosas: Al mundo creado, es decir, al cosmos, y también lo utiliza para referirse a la masa de hombres que viven sin Dios. Es obvio que en Juan 20:21 se refiere al mundo de hombres que viven lejos de su presencia, del cual sacará a muchos, así como hizo con los primeros discípulos, para que sean de su reino especial. Jesús dice, entonces, que estos hombres podrán tener mayor comprensión de la misión del Mesías al ver, de una manera clara la unidad de la Iglesia de Cristo.

Esto implica que todos los creyentes estamos comprometidos en expresar, antes el mundo incrédulo, la eficacia de la obra de Cristo en producir hombres que irradien el amor y la paz de Dios expresada entre sus hermanos. Pero este amor y esta paz nunca debe ser “a expensas de la verdad, porque la unidad que se ha conseguido por medio de tal sacrificio no merece llamarse así.”[14]

Como hemos insistido de manera casi recalcitrante, esta unidad no es externa, ni se expresa a través de organizaciones eclesiásticas regionales, nacionales, continentales o mundiales, pues, casi siempre, para conseguir esta clase de “unión” es necesario sacrificar la doctrina. Pero las Escrituras si nos presentan ejemplos de cómo podemos expresar la unidad que nos caracteriza:

- A través de la única doctrina de Cristo. Las Sagradas Escrituras presentan un conjunto de enseñanzas coherentes. Todos los creyentes deben mantenerse fieles a esta enseñanza. Creo que ya hemos presentado con suficiente base bíblica este punto, así que no volveremos a analizar los pasajes Escriturales que hablan de ello. El mundo sabrá que somos un solo Cuerpo porque escuchará que todos hablamos una misma cosa. No quiero decir que todos los creyentes nos vamos a poner de acuerdo en las arandelas y minucias de todas las doctrinas bíblicas, pues, la historia de la Iglesia nos muestra que desde un principio, y gracias a nuestro pecado, han surgido estas controversias. Pero si estamos afirmando que la Iglesia debe expresar una sola doctrina, sus principios fundamentales beben de una sola fuente y, siendo así, hablamos las mismas verdades. Todos debemos profesar la misma fe en las Sagradas Escrituras como inspiradas por el Santo Espíritu, sin error alguno, y toda suficientes en los asuntos de fe y conducta. Todos debemos confesar que Jesús es el Hijo de Dios, engendrado mas no creado, Uno con el Padre, del cual procede el Santo Espíritu. Todos debemos presentar la verdad del sacrificio eterno y perfecto efectuado por Cristo para la salvación de los pecadores, sin necesidad de añadir ninguna obra, llámese a esta el bautismo, las buenas acciones, la mediación de otras criaturas u otra cosa. Todos debemos creer que la vida cristiana es imposible sin la acción del Espíritu Santo, quien efectiviza en nuestros corazones la obra de Cristo, regenerándonos, bautizándonos al cuerpo, santificándonos y guiándonos a comprender la verdad. Estos son fundamentes esenciales para la fe cristiana, aquel que no pueda profesar esto, y otras doctrinas, con total convicción y sin reserva, entonces no pertenece a la Iglesia de Cristo. Si el mundo incrédulo escucha estas mismas verdades por todas partes, de parte de los creyentes, muchos serán convencidos de que Cristo es el Salvador. Pero si algunos que se llaman iglesia predican otra cosa, esto traerá confusión e incredulidad en el mundo. De allí que las iglesias locales deban estar alertas frente a los conceptos liberales, en boga hoy día, para expulsar de sus filas a todos los que no se ajusten a la doctrina bíblica, así sean estos pastores, maestros, teólogos, obispos, clérigos, líderes, así ocupen el cargo mas influyente en nuestras iglesias, no debemos permitirles que tomen fuerza y sigan envenenando al resto del cuerpo. Esta ha sido la tragedia del cristianismo de los últimos siglos. El celo por la verdad ha decaído. Ahora lo que nos interesa es estar a tono con los cambios del mundo. Algunos empezaron rechazando los milagros de la Biblia y la doctrina de la creación soberana de Dios, para acomodarse al mundo científico que había “demostrado” el inicio de todo lo creado como resultado de un largo proceso de evolución, pero las cosas no se quedaron allí, luego aprobaron el homosexualismo como un estado y una opción de vida normal, la misma suerte corrió el lesbianismo. Pero una vez ha entrado el gusano de la apostasía éste no para sino que sigue en su camino destructor, llevando putrefacción al resto del cuerpo. En este último siglo, se añade la aprobación del divorcio, el casamiento de hombres con hombres y de mujeres con mujeres, y por último, el pecado de pecados: El aborto. El derecho de una persona a matar y asesinar a indefensos bebés. Pero las cosas no llegarán hasta allí, pronto estas iglesias aprobarán toda clase de aberraciones en nombre de una sociedad civilizada y pluralista. Animo a todos los creyentes, en todos los lugares e iglesias locales, que pidan al Señor sabiduría para estudiar y entender las Escrituras, de tal manera que puedan estar alertas y no permitan la entrada de estas doctrinas destructivas en sus congregaciones. Que el Señor les de valor para enfrentar el error, así este proceda de los líderes mas respetados y conocidos. Es hora de despertar y decir ¡No mas! No nos dejaremos robar las preciosas verdades del Evangelio de Cristo. Este es el gran pecado del ecumenismo actual. Desean manifestar de manera externa la unidad, pero ¿Cuál unidad? De seguro que no es la que procede de Cristo, porque si es necesario sacrificar, ocultar o callar las preciosas doctrinas de las Sagradas Escrituras, entonces no se trata de la unidad de la Iglesia de Cristo. El mundo del primer siglo fue impactado por una Iglesia que pregonaba unidad al testificar la misma doctrina en el Cristo Redentor. En un solo siglo el evangelio se esparció de manera asombrosa por todas partes. Pero ¿Estos creyentes buscaron unidad externa por medio de grandes organizaciones ecuménicas? De ninguna manera; ellos se esforzaron en llevar el olor fragante de la doctrina bíblica: “Así que, los que recibieron su palabra fueron bautizados; y se añadieron aquel día como tres mil personas. Y perseveraban en la doctrina de los apóstoles, en la comunión unos con otros, en el partimiento del pan y en las oraciones.” (Hch. 2:41-42).

- El pasaje anterior (Hch. 2:41-42) nos deja ver que los cristianos del primer siglo guardaban comunión unos con otros. Ellos estaban interesados en las necesidades de los demás. Cuando la Iglesia de Jerusalén padeció gran necesidad, otras iglesias locales participaron en ayudarles. (Ro. 15:25-27 ) . Los apóstoles exhortaron a las iglesias para que no se olvidaran de la ayuda mutua (Heb. 13:16). Las Iglesias deben compartir para las necesidades de los santos, y ser hospitalarios con otros hermanos (Ro. 12:13). Unas y otras apoyaban para las necesidades de los misioneros, así éstos no hayan sido enviados por dichas iglesias locales (Fil. 2:24; 4:16). Las Iglesias locales oraban las unas por las otras y compartían las enseñanzas apostólicas, recibidas a través de carta. (Col. 4:16).

- A través del amor fraternal, producido por la presencia del Espíritu Santo en los corazones de los regenerados. No me refiero al amor sentimental que hoy día se promulga, a costa de la verdad. Es un amor fundamentado en el amor de Cristo. Los creyentes, de todos los lugares, naciones y razas, somos uno en Cristo y esta verdad debe producir en nosotros un deseo sincero por el bienestar del resto. Pablo concluye de esta verdad que así como en nuestro cuerpo, cuando un miembro sufre, el resto del cuerpo sufre. Los sufrimientos de los creyentes en nuestra iglesia, o en otros lugares o naciones, debe producir en nosotros un dolor honesto que nos conduzca a orar para que el Señor les fortalezca y nos provea la forma de cómo ayudarles. Ningún verdadero cristiano debe ser indiferente al dolor o padecimiento de sus hermanos. En esto hemos fallado la mayoría de cristianos. En muchos lugares hayamos creyentes sufrientes que necesitan de nuestro socorro.

- A través del amor fraterno que nos permita aceptarnos, a pesar de algunas diferencias, no esenciales. Aunque parezca contradictorio con lo que he declarado anteriormente respecto al moderno ecumenismo, realmente la unidad cristiana, aunque es espiritual, debe expresarse en la aceptación mutua, a pesar de algunas diferencias que puedan surgir. Cuando me refiero a estas diferencias estoy excluyendo las doctrinas fundamentales o, lo que llama el Dr. LLoyd-Jones, “La verdad esencial”, sin la cual no hay salvación ([15]). El mismo autor insiste en que algunos creyentes, inmaduros en la fe, pueden tener una comprensión débil, confundida o perturbada, respecto a algunas doctrinas, pero que esto no lo excluye de la comunión de la Iglesia de Cristo. “Por ejemplo, puede ser Calvinista o Arminiano en cuanto a la interpretación de lo que podríamos llamar el mecanismo de Salvación, pero eso no significa que no tiene la verdad “esencial”. Tal vez no conozca nada de la doctrina de la perseverancia final de los santos; o no comprenda todo lo que involucra la doctrina de la Unión del creyente con Cristo; tal vez esté muy confundido en cuanto a las enseñanzas proféticas, e inseguro sobre algunos aspectos del bautismo y aun de la gloriosa esperanza final. Pero a pesar de todo esto es, un “niño”: ha nacido nuevamente por el Espíritu. Ha recibido el mensaje fundamental de salvación por medio del Señor Jesucristo y de su obra. No obstante, aunque algunos creyentes e iglesias locales se queden por algún tiempo en la “debilidad” de una fe flaca y rudimentaria, es deber de todos crecer en madurez. (Ef. 4:14; 1 Ped. 2:2). Algunos creyentes piensan que es falta de amor el hacer ver a otros que es necesario conocer mas respecto a la doctrina de las Sagradas Escrituras, pero es todo lo contrario, estamos interesados en que todos lleguemos a la unidad y madurez de la fe. No podemos ser complacientes con la insensatez de algunas doctrinas o prácticas extrabíblicas que han entrado en el cristianismo. Callar frente a esto es lo mismo que participar de sus malas acciones y sus engañosas enseñanzas. Como iglesia del Señor es nuestro deber delatar el error y señalar a los que están jugando con la fe de las personas para sacar provecho personal.

- A través de la oración. Pablo dice que todos tenemos un mismo Señor, un mismo Padre, una misma fe y una misma esperanza. Todos los creyentes tenemos estas promesas como ciertas. Es por ello que con confianza oramos al Padre Celestial. (Ro. 8:15; He. 4:16). Todos oramos al Padre, tal como nos lo enseñó Cristo. Oramos en casa y en los cultos congregacionales. Oramos para dar gracias y también para pedir ayuda. Oramos en momentos de triunfo, pero también en momentos de tristeza. La oración es común a todos los verdaderos creyentes. Pero no oramos confiando en nuestros méritos morales o espirituales, no oramos tratando de convencer a Dios de nuestras buenas razones par que nos dé lo que deseamos, sino que oramos pidiendo que su voluntad sea hecha en nosotros, y solamente oramos en el nombre de Cristo. Es por eso que no podemos orar junto con otras personas que no tengan a Cristo como el autor y consumador de la fe, pues, esta no es oración verdadera. Si oro con personas que no creen esto de Cristo, y que no tienen su confianza solamente en Cristo, estoy convirtiendo la oración común en un sincretismo blasfemo delante de Dios. No puedo aceptar como verdadera la oración que otros hacen a Dios buscando otros mediadores. Las oraciones ecuménicas son una aberración ante Dios, el nombre de Cristo es pisoteado en esta clase de oraciones, puesto que lo ponemos a la par con otros “grandes hombres” que vivieron en este mundo. El nombre de Jesús es nombre sin igual.

- A través de la adoración. La Iglesia es llamada adorar a Dios. Lo adoramos en nuestra vida diaria y lo adoramos en comunidad. El mundo está viendo esto, todos los creyentes adoran solamente al Dios verdadero. No adoramos las imágenes, no adoramos los elementos de la Santa Cena, no adoramos a los santos que han vivido en otros tiempos, no adoramos los lugares religiosos, no adoramos a ningún hombre, solamente a Cristo. En todo el mundo contemplan esta unión perfecta. Pero la adoración nos identifica como uno en Cristo, especialmente, en el día Domingo. Los verdaderos creyentes saben que Dios ha pedido, desde la creación misma de todas las cosas, que apartemos un día en especial para dedicarlo a la adoración colectiva, las obras de misericordia y la evangelización. Uno de los mas gloriosos espectáculos que la Iglesia da al mundo es este: Todos los Domingos, muy temprano, los creyentes salen de sus casas, con sus hijos y familiares, bien vestidos, alegres, sonrientes y gozosos, con Biblia en mano, rumbo a la capilla, donde junto con otros creyentes cantarán, orarán, compartirán, leerán las Escrituras, escucharán la predicación y celebrarán la Cena del Señor. Esto sucede en todas las iglesias locales de un barrio, de una ciudad, de una nación y de todo el continente. Todo ese día, los cielos se gozan escuchando las alabanzas y las oraciones de millones de creyentes en todos los continentes. El mundo se asombra al ver que todos estos, que profesan fe en el Cristo de Dios, cesan de sus labores y en vez de irse de paseo al parque o a la playa, acuden temprano y a prisa al lugar de reunión. Las empresas cierran, los negocios cesan, pero todos confían en que Dios les proveerá lo necesario para los próximos Siete días. ¿No es esto expresar la verdad gloriosa de la unidad del Cuerpo de Cristo? Pero no solo van a la capilla a adorar, sino que estos creyentes procuran adorar a Dios, no conforme a sus imaginaciones, sino conforme a lo que Dios mismo ha instruido en las Sagradas Escrituras. Es una adoración sencilla, sin pompa ni gran parafernalia. El pobre y el rico se encuentran y se sientan en una misma banca. Al final todos se saludan con gran afecto y amor. Los unos oran por los otros, y comen del mismo pan y beben del mismo vino. La verdadera unión de la Iglesia de Cristo se expresa, especialmente, en la congregación local. Cuando todas hacen lo mismo en todos los lugares del mundo.

[1] Waldrom, Samuel. Exposición de la Confesión Bautista de Fe de 1689. Evangelical Press. Página 336.
[2] Hodge, Archibald A. Comentario de la Confesión de Westminster. Ed. Clie. Página 299.
[3] Hodge, Archibald A. Comentario de la Confesión de Westminster. Ed. Clie. Página 299.
[4] Cuando se dice que la unión que mantenemos con Cristo es mística no estamos afirmando que sea misteriosa en el sentido de que mezcle la sustancia de Cristo con nosotros, o que seamos impregnados de la esencia divina, es mística solamente en el sentido de que no podemos conocer esta unión al menos que el Señor nos la revele, puesto que ella es interna y su perfección es tal que no podemos compararla con ninguna unión en la tierra.
[5] Berkhof, Louis. Teología Sistemática. Editorial T.E.L.L. Página 540.
[6] “… en el vínculo de la paz”; esto es, en el vínculo que es la paz. Bullinger. Clie. Pág. 812.
[7] Carlos Erdman. La Epístola a los Efesios. Editorial TELL. Página 86.
[8] También sabemos que Él gobierna soberano sobre todo el mundo, pero en este versículo de Efesios Pablo quiere enfatizar el Señorío de Dios sobre la Iglesia, pues, sus miembros le pertenecen como hijos, y de una forma única gobierna sobre ellos, actuando con su gracia especial. Gozamos de un cuidado especial de nuestro Padre, que no solo nos creó como al resto del mundo, sino que nos adoptó como sus hijos por el sacrificio de Jesucristo.
[9] Benítez, Julio C. Efesios: Las Riquezas de Su Gracia. Fundación IBRC. Páginas 113 a la 119.
[10] “Esto no significa que la unidad entre el Padre y el Hijo sea la misma unidad que entre los creyentes y Dios, pero apunta a que hay cierta analogía. El Padre está en el Hijo y hace sus obras (14:10). El Hijo está en el Padre. Los don son uno (10:30) y, sin embargo, son distintos. Lo mismo ocurre, en cierta medida, con los creyentes. Sin perder su identidad, tienen que estar en el Padre y el Hijo.” Morris, León. El Evangelio Según San Juan, Vol. 2. Ed. Clie. Página 361.
[11] Lloyd-Jones, Martyn. Unidad Cristiana ¿Cuál es su verdadera base?. Ediciones Hebrón. Página 15.
[12] Aunque debemos advertir, nuevamente, que al hablar de unión con Cristo no estamos diciendo que somos hechos de la misma esencia divina, esto sería blasfemia. Sino que, dependiente de nuestra relación íntima con Cristo, recibimos la vida eterna que solamente procede de él, por la presencia del Santo Espíritu de Dios.
[13] Hendriksen, William. Comentario del Evangelio según San Juan. Libros Desafío. Página 637.
[14] Ibid. Página 637.
[15] Lloyd-Jones, Martyn, Unidad Cristiana ¿Cuál es su verdadera base?. Ediciones Hebrón. Página 46.

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