domingo, 12 de octubre de 2008

VII. La Celebración de las ordenanzas (La Santa Cena del Señor)

- La Cena del Señor.

Esta es otra ordenanza o sacramento legalmente instituida por Cristo, para ser obedecida por todos los creyentes en todos los tiempos. Tanto la confesión de 1689 como la confesión de Westminster declaran lo siguiente sobre la Cena del Señor: “… fue instituida por Cristo la misma noche en que fue entregado (1 Co. 11:23-26; Mt. 26:20-26), para que se observara en sus iglesias (Hch. 2:41-42; 20:7; 1 Co. 11:17-22,33,34) hasta el fin del mundo (Mr. 14:24-25; Lc. 22:17-22; 1 Co. 11:24-26), para el recuerdo perpetuo y para la manifestación del sacrificio de sí mismo en su muerte (1 Co. 11:24-26; Mt. 26:27-28), para confirmación de la fe de los creyentes en todos los beneficios de la misma (Ro. 4:11), para su alimentación espiritual y crecimiento en Él (Jn. 6:29,35,47-58), para un mayor compromiso en todas las obligaciones que le deben a Él (1 Co. 11:25), y para ser un vínculo y una prenda de su comunión con Él y entre ellos mutuamente. (1 Co. 10:16,17). Cap. 30, párrafo 1 (Confesión de 1689). Cap. XXIX, párrafo 1 (Confesión de Westminster).

Es muy importante resaltar la importancia de la Cena del Señor, en estos tiempos donde la informalidad, el sincretismo y la devaluación de algunas prácticas cristianas son la moda del día en algunas iglesias. De allí que Waldrom escriba “Sin atribuir una significación mágica a la misma, la Cena del Señor es aún una parte tan importante de la religión cristiana que puede haber pocas cosas más esenciales que entender que la Cena del Señor. A pesar de ello, muchos cristianos no la entienden suficientemente a fondo.”[1]

Esta ordenanza recibe varios nombres en el Nuevo Testamento: - Cenal del Señor. (1 Cor. 11:20) – Partimiento del Pan (Hch. 2:42) – Comunión (1 Cor. 10:16). La Iglesia Católica y algunas iglesias protestantes en estos últimos tiempos utilizan el nombre “Eucaristía”, el cual tiene su origen en la acción de gracias que hizo el Señor antes del partimiento del pan. (El griego utilizado es la palabra “eucharistía”).

¿Por qué todos los cristianos deben celebrar la Santa Cena?

Las Escrituras nos presentan muchas razones para celebrar la Santa Cena. Nuevamente insistimos en que estas ordenanzas no son opcionales para el cristiano, sino que todo verdadero discípulo debe deleitarse en celebrarlas con el espíritu y la forma correcta. La Cena del Señor representa y sella grandes verdades espirituales internas en la vida del cristiano, pero especialmente en la vida comunitaria de la Iglesia. Aquellos que no acuden a su celebración están perdiendo grandes bendiciones espirituales. A continuación presento algunas razones bíblicas de por qué celebrar la Santa Cena:

- Porque fue instituida directamente por Cristo. (Mat. 26:26-28; Marc. 14:22-26; Luc. 22:19-20; 1 Cor. 11:23-25). Estos pasajes son evidencia irrefutable de que Cristo la instauró para que fuera celebrada perpetuamente.

- La Iglesia apostólica celebraba la Cena del Señor el primer día de la Semana. (Hch. 2:42, 46; 20:7; 1 Cor. 10:16 y ss; 11:17).

- La Cena es un memorial que nos recuerda el sacrificio de Jesucristo. De la misma forma como el pan es partido en la Cena y es dado para que todos lo coman, el cuerpo de Jesús fue sacrificado u ofrecido a Dios el Padre como propiciación por nuestros pecados. También la copa del Señor representa la sangre derramada de Cristo para limpiarnos de nuestras maldades. Siendo que los elementos de la Cena tienen tan sublimes representaciones, de seguro que participar de ella es un privilegio que solo los verdaderos creyentes pueden disfrutar. Siempre que celebramos la Cena del Señor estamos recordando su muerte en la cruz (1 Cor. 11:26) y declaramos a todos que su muerte significó la vida para todo un pueblo. La Cena no solo es un memorial que debemos recordar al momento de comulgar, sino que es un hecho presente que debe estar siempre en la predicación y mente de la Iglesia. Todo los beneficios de la gracia son aplicables a nosotros, solamente por ese hecho histórico del amor de Dios. Nunca debe faltar en nuestra predicación la muerte de Jesús.

- La Cena es el sello del pacto, del nuevo pacto que Jehová hace con su pueblo, ahora con una sangre de valor eterna, la sangre de su Hijo amado. Heb. 8:6-8. El valor ceremonial y teológico de la Cena es elevado y de trascendencia eterna. Así como Dios usó varias figuras en el Antiguo Testamento para confirmar los pactos que hacía con su pueblo (El arco Iris en el pacto con Noé, el sacrificio del cordero pascual en al pacto con Israel), en el establecimiento del Nuevo y mejor pacto el Señor utiliza la Sangre pura del Señor Jesucristo. A eso apunta la Cena del Señor. Es el sello del nuevo pacto. “El culto de comunión, pues, es un recordatorio de que en y a través de nuestro Señor Jesucristo, Dios ha hecho un nuevo pacto con los creyentes. Cristo es el mediador del Nuevo Pacto. Él es la cabeza y el representante de la humanidad en nuevo acuerdo, este maravilloso nuevo pacto que Dios hace con los hombres y las mujeres.”[2] Lloy-Jones insiste en que la Cena del Señor, no debe quedarse solamente en el acto mismo de comer el pan, tomar el vino y orar, sino que siempre debe recordar en la mente del creyente que “al recibir el pan y el vino, Dios nos dice que estamos participando de los beneficios del nuevo pacto. Los sella para todos nosotros. Sella todas las promesas de Dios. Nos asegura que murió por nosotros, que estamos unidos a Él, que hemos muerto con Él y que hemos resucitado con Él. Es como si nos diera un documento con un sello: “Aquí está, aquí lo tienes”. El nuevo pacto de Dios con el hombre nos pertenece a nosotros. Lo ha llevado a cabo con nosotros”[3]

- La cena es la gran celebración del pueblo de Cristo. De la misma manera como la Cena Pascual de los judíos celebraba la liberación de Egipcio, la Cena del Señor inunda de alegría a los comulgantes porque recuerdan el acto histórico por el cual Dios propició y ganó nuestra liberación de la muerte, el pecado y el diablo, mediante el sacrificio perfecto del cordero eterno. (Comp. Luc. 14:16; Apo. 19:17; Mat. 26:29; Luc. 22:15,18; 1 Cor. 5:7: Ex. 12 y Heb. 11:28). “Este aspecto de banquete pascual, en que Cristo sella con Su sangre la amistad con los suyos, y Su generoso amor que le induce a darse por Sus amigos, es lo que hace tan abominables los abusos que puedan cometerse con ocasión de la Cena del Señor (cf. 1 Cor. 11:17 y ss.)”[4]

- La cena del Señor también es una señal de la participación que tenemos todos los creyentes en el Cristo crucificado. La Cena nos recuerda que somos uno con él, que estamos injertados en su cuerpo, que hemos muerto al pecado, de la misma forma como su cuerpo murió en la cruz. Pero la Cena, celebrada el Domingo, día de la resurrección, también nos recuerda que hemos resucitado con él para andar en Vida Nueva.

- La Cena es la comunión de amor fraterno, llamada en las Escrituras como “Koinonía”. (1 Cor. 10:16-17). A través de ella profundizamos de manera práctica en el sentido de unidad que tenemos como miembros del cuerpo de Cristo. Cuando el ministro toma el pan (entero y completo) representando el cuerpo de Cristo, y luego lo parte y reparte a los comulgantes, está indicando que ese cuerpo fue partido, y esa sangre derramada, con el propósito de unirnos en un solo cuerpo para la Gloria de Dios. De allí que siempre debe haber una profundización en esta verdad, antes de participar en la Cena del Señor. (1 Cor. 11:29). Pues, si participamos de ella, desconociendo estas verdades que representa, no lo hacemos con la dignidad que merece esta elevada y gloriosa celebración. La Cena no debe ser tomada tan livianamente como a veces lo hacemos. Los ministros de la Palabra debieran dedicar un buen tiempo, siempre que se celebra la Cena, para aclarar estas verdades que implica su celebración. La Cena es como un instrumento que, periódicamente, nos ayuda a medir o evaluar nuestro compromiso de amor para con el resto del cuerpo. Ella es como un cayado que nos vuelve la mirada hacia el sentido de unidad que tenemos como Iglesia de Cristo. Si reflexionamos sobre la comunión íntima que debemos mantener como hijos de Dios, de seguro que al salir de la Cena, habremos incentivado nuestro espíritu de hermandad, y llevaremos las cargas los unos a los otros. La Cena es como un anticipo de la perfección que viviremos en el Cielo, cuando todos juntos, sin distinción, ni discriminación, adoraremos a Dios como Hijos y hermanos.

- La Cena del Señor al ser tomada por los creyentes, en los elementos del vino y el pan, representan el alimento y vida espiritual que reciben de Cristo, el cordero inmolado. En Juan 6:56-58 Jesús dice: “El que come mi carne y bebe mi sangre, en mí permanece, y yo en él. 57Como me envió el Padre viviente, y yo vivo por el Padre, asimismo el que me come, él también vivirá por mí. 58Este es el pan que descendió del cielo; no como vuestros padres comieron el maná, y murieron; el que come de este pan, vivirá eternamente.” El pan de la Cena también habla de Cristo como el único medio de salvación y la única forma de recibir la vida perdurable. De la misma manera como es necesario comer el pan (alimento) para tener vida, se requiere que los hombres se unan a Cristo mediante la fe. Así como Cristo vivió para su Padre y cumplió con su perfecta voluntad, nosotros, los creyentes, al comer el pan y beber el vino, nos identificamos con la entrega de Cristo y anhelamos ser como él. “Debemos vivir, pues, por el Señor Jesucristo. Él es nuestra vida. Sí, y el pan y el vino nos recuerdan a Él. Representan, son una imagen, un retrato, de Él. Al tomar el pan e ingerirlo, al beber el vino y tragarlo, deberíamos decir: “Sí, debo alimentarme del Señor tal como me dijo. Debo vivir por Él. Debo tomar de Él. Al igual que tomó del Padre, así debo alimentarme de Él, no de una forma física, sino en un sentido espiritual. Y el pan y el vino me recuerdan que debo comer la carne y beber la sangre del Hijo del Hombre en un sentido espiritual si he de ser un cristiano fuerte, viril y vencedor”[5] Luis Berkhof también afirma esto al referirse a la Cena: “Representan, no sólo la muerte de Cristo como el objeto de la fe, y el acto de la fe que une al creyente con Cristo, sino también el efecto de este acto, en el sentido en que da vida, fuerza y gozo al alma. Esto se implica en los emblemas usados. Precisamente como el pan y el vino nutren y dan vigor a la vida corporal del hombre, así Cristo sostiene y aviva la vida del alma.”[6]

- La Cenal del Señor “es una señal de la profesión cristiana, una marca de fidelidad de un ciudadano del reino del cielo”[7]

- La Cena del Señor es una ordenanza que ratifica las bendiciones y abundantes riquezas de la Gracia de Dios para el creyente. Cuando tomamos por la fe el pan y el vino, representando el cuerpo y la sangre de Cristo, nuestros corazones son asegurados en que así como nos nutrimos con ese pan y ese vino, todos los beneficios conquistados por Cristo, en su obra redentora, ahora son propiedad nuestra, por la eternidad.

- La Cena del Señor también tiene implicaciones escatológicas. Siempre que la celebramos estamos proyectándonos hacia aquel día en el cual Cristo, el cordero sacrificado, volverá, no en conexión con el pecado, sino como el Rey vencedor que reinará por siempre con su pueblo. Pablo dice que la Cena es un recordatorio de la muerte del Señor “hasta que él venga”. Cuando la Iglesia celebra la Cena está promulgando que un día Jesús regresará por su pueblo para celebrar la Gran Cena con sus hermanos. “Y os digo que desde ahora no beberé más de este fruto de la vid, hasta aquel día en que lo beba nuevo con vosotros en el reino de mi Padre” Mat. 26:29



¿Es la Cena del Señor un sacrificio?

No. La Cena es un memorial, un recordatorio especial. Como dice la confesión de Westminster “En este sacramento no es ofrecido Cristo a su Padre, ni se hace ningún sacrificio verdadero por la remisión de los pecados de los vivos ni de los muertos, (Heb. 9:22,25,26,29), sino que solamente es una conmemoración de cuando Cristo se ofreció a sí mismo y por sí mismo en la cruz una sola vez para siempre, una oblación espiritual de todo loor posible a Dios por lo mismo. (Mat. 26:26, 27; Luc. 22:19, 20). Así que el sacrificio papal de la misa, como ellos le llaman, menoscaba de una manera abominable al único sacrificio de Cristo, única propiciación de todos los pecados de los elegidos. (Heb. 7:23, 24, 27, y 10:11, 12; 14, 18).” Cap. XXIX, párrafo 2. Los que se mantienen en la convicción de que Cristo es ofrecido cada vez que la Cena es celebrada toman como base un solo pasaje, cuando Cristo dijo: “Esto es mi cuerpo”. Para ellos el pan se transforma (transubtanciación) en el cuerpo de Cristo, así cuando el pan es partido están realizando un sacrificio por el pecado. Esta es una interpretación errónea puesto que, además de no mirar los otros pasajes que hablan de la Cena como un memorial, se dejan guiar por un literalismo que es irrazonable y contrario a la lógica bíblica. Jesús dijo muchas otras expresiones que no pueden tomarse literalmente, sino que representan alguna verdad espiritual: “Yo soy la Puerta”, “Yo soy la Luz”, ¿Significa eso que Cristo es literalmente una puerta de madera o de concreto? De seguro que nadie se atrevería a responder afirmativamente. Cuando Jesús dijo “esto es mi cuerpo”, necesariamente estaba refiriéndose a que ese pan estaba representado su cuerpo, que había de ser partido, de la misma forma como el estaba partiéndolo en ese momento. Sería ilógico pensar que Cristo estaba indicando que ese pan era su cuerpo literal, toda vez que aún no había sido crucificado. Así que la Cena no es algo mágico donde los elementos usados cambian su sustancia. Es un memorial. Pero siendo un memorial “debemos estar seguros de que nuestras mentes y espíritus están intencionalmente ocupados cuando celebramos esta ordenanza (1 Co. 11:27-29). Debemos, además, estar seguros de que nuestras mentes y espíritus están bíblicamente ocupados. Si la Cena del Señor es un Evangelio visible – un memorial de la obra de Cristo, entonces la Cena del Señor jamás debe aislarse de la predicación del Evangelio.”[8]

¿Cómo debe ser celebrada la Cena del Señor?

La confesión de 1689, al respecto, dice: “El Señor Jesús, en esta ordenanza, ha designado a sus ministros para que oren y bendigan los elementos del pan y del vino, y que los aparten así del uso común para el uso sagrado; que tomen y partan el pan, y tomen la copa y (participando también ellos mismo) den ambos a los participantes. (1 Co. 11:23-26; Mt. 26:26-28; Mr. 14:24,25; Lc. 22:19-22).

En Mateo 26 y 1 Corintios 11 hallamos un bosquejo de cómo debe celebrarse la Cena:

Estando reunidos los discípulos de Cristo junto con los pastores o ancianos,
Tomarán los elementos (pan y vino) y darán gracias al Señor.
Esto, acompañado de las palabras que Cristo declaró respecto al pan y la copa
Luego lo darán a los discípulos para que coman ambos elementos, lo mismo harán los ministros.

¿Quiénes deben participar de la Cena del Señor?

Solamente los discípulos[9] de Cristo. Los creyentes, es decir, aquellos que han sido bendecidos por la obra de Cristo en la cruz, pueden comprender el significado y por lo tanto están habilitados para participar de la Cena. Puesto que “los que reciben dignamente esta ordenanza, participando externamente de los elementos visibles, también participan interiormente, por la fe, de una manera real y verdadera, aunque no carnal ni corporal, sino alimentándose espiritualmente de Cristo crucificado y recibiendo todos los beneficios de su muerte. El cuerpo y la sangre de Cristo no están entonces ni carnal ni corporal sino espiritualmente presentes en aquella ordenanza a la fe de los creyentes, tanto como los elementos mismos lo están para sus sentidos corporales. (1 Co. 11:28; Jn. 6:29,35,47-58; 1 Co. 10:16).” Confesión de 1689, Cap. 30. Párrafo 7. Siendo que la Santa Cena no confiere ninguna gracia por sí misma, sino que ella es dependiente de la fe, y toda vez que la Cena no opera por su propio poder (ex opere operato), “no tiene ningún valor comer el pan y beber el vino si no lo hacemos con fe… no hay nada en el pan, no hay nada en el vino como tal. La fe es esencial, por lo que tan solo es para los creyentes”[10] sean éstos débiles o “fuertes”.

Los inconversos e impíos están vetados para participar de la Cena del Señor. “Aún cuando los ignorantes y malvados reciban los elementos exteriores de este sacramento, sin embargo, no reciben la cosa significada por ellos, sino que por su indignidad vienen a ser culpables del cuerpo y la sangre del Señor para su propia condenación. Entonces, todas las personas ignorantes e impías que no son capaces de gozar comunión con él, son indignas de acercarse a la mesa del Señor, y mientras permanezcan en ese estado, no pueden, sin cometer un gran pecado contra Cristo, participar de estos sagrados misterios, (1 Cor. 11:27,29; 10:21; 2 Cor. 6:14-16) ni deben ser admitidos a ellos. (1 Cor. 5:6,7,13; 2 Tes. 3:6,14,15; Mat. 7:6).” Confesión de Westminster, Cap. XXIX, párrafo viii.

Aunque todos los discípulos pueden participar de la Cena del Señor es necesario que, previamente, hagan un examen introspectivo y necesario para participar dignamente de la Cena. “Por tanto, pruébese cada uno a sí mismo, y coma así del pan, y beba de la copa. Porque el que come y bebe indignamente, sin discernir el cuerpo del Señor, juicio come y bebe para sí.” (1 Cor. 11:28-29) Este pasaje ha sido interpretado de muchas maneras. Algunos cristianos se restringen de participar en la Cena porque consideran que, a causa de sus pecados, no son dignos de participar en la Cena. Es mí parecer que los que hacen eso están interpretando de una manera incorrecta este pasaje, pues, precisamente la Cena del Señor, representando la muerte sustitutiva del cordero pascual, es para los creyentes pecadores que, reconociendo su maldad, acuden a Cristo en busca de su favor. No es necesaria la perfección para poder participar de la Cena. El Dr. Martyn Lloyd-Jones cuenta una historia interesante al respecto, la cual le sucedió al profesor escocés Rabbi Duncan: “En una ocasión estaba dirigiendo un Culto de Comunión y observando lo que ocurría al repartir los ancianos los distintos elementos. Observó a una mujer abatida en la congregación que estaba llorando copiosamente, pero al llegar su turno rechazó los elementos que se le ofrecían. Vio cómo rechazaba el vino, vio cómo rechazaba el pan, y al presenciarlo comprendió exactamente lo que estaba sucediendo. La mujer era tan conciente de sus pecados que sentía que no tenía ningún derecho a participar de ese vino. De modo que se levantó, levantando la copa y fue a ella y dijo: “Mujer, tómalo, tómalo, Él murió por los pecadores”. Eso es perfectamente correcto. La mujer estaba arrepentida.”[11]

Todo creyente debe acercarse a la mesa con un corazón arrepentido, sabiendo que sus pecados han sido la causa principal del sacrificio del cordero de Dios. Cuando veo los elementos de la Cena, estoy mirando por la fe el cuerpo y la sangre de Cristo, que fue derramada por mis pecados. Cada uno de mis pecados causó gran dolor al Salvador. La Cena, siendo un memorial, debe ser tomada con plena conciencia de lo que somos y de lo que el señor ha realizado por nosotros. Por eso es preciso que antes de llegar a la Mesa del Señor examinemos nuestros corazones y acudamos a su gracia perdonadora. “Esa mesa simboliza la santidad de Dios y su presencia sagrada. Habiendo buscado y obtenido el perdón de sus pecados, el pueblo de Dios puede entrar en la esfera de la santidad de Dios…. La mesa del Señor no tolera ni la incredulidad ni la desobediencia”[12]

¿Cuáles son los elementos a emplear en la Cena del Señor?

Los elementos a usar en la Mesa del Señor son: El pan y el vino.

En algunas épocas de la historia de la Iglesia han surgido controversias respecto a qué clase de pan es el que se debe utilizar. Siendo que Cristo utilizó pan sin levadura, debido a que la Cena fue celebrada en medio de la fiesta de la pascua, muchos insisten en que la Iglesia debe usar pan sin levadura. Otros no ven complicación alguna en utilizar pan, aunque tenga levadura, considerando que no es de gran importancia la clase de pan utilizado. Durante la Reforma protestante no se consideró muy importante el utilizar pan con o sin levadura, pero la mayor parte de la iglesia evangélica cuestionó el uso de la oblea u ostia de la Iglesia Católica Romana, toda vez que la hostia no se emplea para el alimento de las personas, perdiendo el sentido original de la Cena, que representa a Cristo como el alimento para nuestra vida espiritual.

En los últimos tiempos muchas iglesias han dejado de utilizar vino fermentado. Unas por consideración hacia las personas que han salido del alcoholismo y otras porque creen que el vino utilizado por Cristo no era fermentado, toda vez que los Evangelios no dicen literalmente que Cristo usó vino, sino el jugo de la vid. Pero Charles Hodge dice que el vino usado en la Cena del Señor (“El zumo de la vid” y el “Zumo de la uva”) o el vino de la Biblia “era un artículo manufacturado. No era el zumo de uva tal como existe en el fruto, sino este zumo sometido a tal proceso de fermentación que aseguraba su preservación y que le daba las cualidades que se le adscriben en la Escritura. Esto nunca ha sido puesto en tela de juicio en la Iglesia, si exceptuamos unos pocos cristianos en la actualidad”[13] No hay duda que el vino usado por Cristo era fermentado, él se encontraba inmerso en una cultura vinícola por excelencia. Pero esto no debe ser problema para los que no deseen utilizar vino fermentado. Podemos usar el jugo de la uva, pues, no hay obstáculo en las Escrituras para ello y puede ser de ayuda para aquellas personas que han salido del alcoholismo. Algunas iglesias utilizan vino y jugo de uva, de esa forma cada persona puede escoger qué tomar.

¿Cuáles son las consecuencias de participar indignamente de estas ordenanzas?

De manera que cualquiera que comiere este pan o bebiere esta copa del Señor indignamente, será culpado del cuerpo y de la sangre del Señor. Por tanto, pruébese cada uno a sí mismo, y coma así del pan, y beba de la copa. Porque el que come y bebe indignamente, sin discernir el cuerpo del Señor, juicio come y bebe para sí. Por lo cual hay muchos enfermos y debilitados entre vosotros, y muchos duermen. Si, pues, nos examinásemos a nosotros mismos, no seríamos juzgados; más siendo juzgados, somos castigados por el Señor, para que no seamos condenados con el mundo. 1 Cor. 11:27-32

Aunque las ordenanzas son símbolos que expresan verdades espirituales internas, siendo que deben ser realizadas con fe, y acompañadas de la efectividad de la Palabra de Dios, asegurada la presencia de Cristo a través de su Espíritu en medio de la congregación reunida en su nombre y siendo éstas instituidas directamente por él; de seguro que la celebración de ellas debe conducir a un crecimiento espiritual si se hizo en el espíritu correcto o a disciplina de parte del Señor si se pervierte su verdadero sentido.

El apóstol Pablo en el pasaje citado al comienzo de este ítem advierte a los creyentes que su participación indigna les conducirá a recibir una fuerte disciplina de parte del Señor. Analicemos el pasaje.

“Cualquiera que comiere este pan o bebiere esta copa del Señor”. Sin entrar en los detalles controversiales de cuál debiera ser la mejor traducción de este pasaje, quiero resaltar algo muy importante: El pan y la Copa pertenecen al Señor. Aunque fueron tomados del uso común diario, no obstante han sido apartados para un propósito especial. El pan y el vino utilizados en la Cena, aunque siguen siendo pan y vino, cuando se apartaron para este uso, se les pueden llamar el pan y el vino del Señor, especialmente por lo que ellos están representando. “Así que, cualquiera que participa de estos elementos sin observar la santidad del Señor, peca contra él”[14]

“Indignamente”. Ningún creyente en el mundo es digno, por sí mismo, de participar de la Cena del Señor. En este pasaje no se trata de esa clase de dignidad. Pablo se refiere a una conducta y actitud incorrecta cuando nos aproximamos a la mesa del Señor. Es por eso que debemos juzgar, primeramente, nuestra condición. Podemos acercarnos indignamente a la mesa del Señor de muchas maneras: Cuando se llega a la Cena simplemente para cumplir con un rito religioso sin valor teológico o práctico para nosotros, cuando elevamos la Cena mas allá de lo que ella es y pensamos que al comer el pan o tomar el vino estamos creciendo en nuestra salvación, aunque no hayamos estado atentos a la Palabra y estemos practicando el pecado, es decir, buscamos que la Cena cubra nuestros pecados y nos asegure la aceptación de Dios. También cuando participamos de la Cena de Comunión mientras estamos peleados o resentidos con nuestros cónyuges o hermanos en la fe. Kistemaker agrega “Que los comulgantes se acercan sin arrepentirse de sus pecados y, entonces, sin examinarse a sí mismos; que los corintios adinerados desprecian a los pobres; que los comulgantes no agradecen al Señor, y así el sacramento se convierte en una fiesta frívola”[15]

“Será culpado del cuerpo y de la sangre del Señor”. Cuando los comulgantes se acercan sin previo examen y confesión a la Mesa del Señor, no solo están profanando la ceremonia en sí, sino que deshonrar al que está presente en forma espiritual en ella, al que nos ha invitado a su mesa, es decir, a Cristo. Podemos engañar al resto de los hermanos, ocultando nuestra falta de examen espiritual y nuestro espíritu no arrepentido, pero no podemos ocultar esto ante el dueño de la mesa. Él con ojos escrutadores mira nuestra falta de arrepentimiento. Algunos piensan que no podemos participar de la Cena del Señor si hemos cometido algún pecado. Si esto es así, ningún creyente o ministro del Evangelio podría participar de ella, pues todos hemos pecado. Lo que está indicando estos pasajes es que debemos examinar nuestra condición pecadora y dejar que la luz de Cristo penetra en ella para que nos haga concientes de nuestra propia pecaminosidad e indignidad ante el Señor, y como el profeta Isaías exclamemos con sincero arrepentimiento ¡Ay de mí que soy muerto! O como el apóstol Pablo ¡Miserable de mí! Entonces, y solo entonces, la gracia del perdón nos limpiará y hará dignos para participar de esta mesa.

“Por tanto pruébese cada uno a sí mismo”. Esto indica que los creyentes deben examinarse a sí mismos antes de participar de la Cena del Señor. El ministro debe dedicar unas palabras de exhortación para el auto examen antes de participar de los elementos. Esta exhortación también de incluir el examen de la fe, es decir, nadie debe participar al menos que, en su corazón, realmente haya germinado la fe en Cristo como el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo. El ministro debe advertir que solo los discípulos, aquellos que han sido bautizados como señal de su fe real, están llamados a participar de la Cena. Nadie más debe incluirse, por que no solo están participando de una Cena a la cual no fueron invitados, sino que acarrean para sí condenación.

“Porque el que come y bebe, sin discernir el cuerpo del Señor, juicio come y bebe para sí”. Cualquiera que participa de la Cena sin el previo auto examen es juzgado por Dios. Solamente ellos. Aquellos que se han abierto para que la Palabra los juzgue, y entristecidos por sus desobediencias, acuden a la gracia perdonadora, no serán juzgados. Una de las cosas que debemos discernir al llegar a la Mesa es “el cuerpo del Señor”. Kistemaker dice, al respecto, que “los comulgantes deben distinguir claramente entre el pan que comen en la fiesta de amor (ágape) para nutrir sus cuerpos físicos y el pan de la Cena del Señor para el beneficio del cuerpo de creyentes. Comemos pan para alimentar nuestros cuerpos, pero el mismo pan se convierte en santo cuando se aparta para la Comunión. El acto de diferenciar tiene que ver con el comer el pan, lo cual armoniza con el contexto inmediato.”[16] El juicio del Señor, es decir, la corrección o la disciplina, vendrá sobre los que no logran discernir la sangre y el cuerpo representado en la Cena del Señor.

“Por lo cual hay muchos enfermos y debilitados entre vosotros, y muchos duermen.” El resultado de la participación indigna de algunos Corintios en la Mesa del Señor, produjo enfermedades y hasta la muerte en ellos. No se trata de un “castigo” en el sentido estricto de la palabra, puesto que Dios castigó nuestros pecados en el cuerpo de Cristo, cuando estaba en la cruz. Más bien debemos hablar de la disciplina del Señor. Los creyentes no serán condenados, aun cuando participen indignamente de la mesa del Señor, porque su salvación está asegurada por el sacrificio perfecto y eterno de Cristo. Pero esto no los libra de ser disciplinados por Dios. La disciplina busca nuestro crecimiento espiritual. Ella es necesaria siempre a causa de nuestras inclinaciones pecaminosas. Aunque no podemos juzgar las enfermedades de los demás creyentes, sabemos por este pasaje que algunas de ellas pueden ser resultado directo de pecados específicos, incluso la muerte.

“Si, pues, nos examinásemos a nosotros mismos, no seríamos juzgados” Hay dos formas como Dios nos juzga: A través de su Palabra penetrando en nuestra mente y corazón, mostrándonos nuestros pecados y conduciéndonos al arrepentimiento; o el juicio de su disciplina cuando no hemos hecho lo anterior. Dios nos enseña a través de Su Palabra y a través de la disciplina ¿Cuál de las dos preferimos?

“Más siendo juzgados, somos castigados por el Señor, para que no seamos condenados con el mundo” “Dios envía castigos individuales para hacer que los culpables vuelvan al comportamiento correcto, y envía la muerte a algunos en la iglesia para animar a los que quedan a que elijan la santidad en vez del pecado. Aun en el caso de que el Señor decidiera castigarnos con la muerte por profanar su mesa, será para disciplinarnos, para evitar que seamos condenados”[17]

[1] Waldrom, Samuel. Exposición de la Confesión Bautista de Fe de 1689. Evangelical Press. Página 366.
[2] Lloyd-Jones, La Iglesia y las últimas cosas. Editorial Peregrino. Página 66.
[3] Ibd. Página 69.
[4] Lacueva, Francisco. La Iglesia, Cuerpo de Cristo. Ed. Clie. Página 322.
[5] Lloyd-Jones, Martyn. La Iglesia y las últimas cosas. Editorial Peregrino. Página 68.
[6] Berkhof, Luis. Teología Sistemática. Ed. T.E.L.L. Página 778.
[7] Hodge, Archibald. Comentario de la Confesión de fe de Westminster. Ed. Clie. Pág. 330.
[8] Waldrom, Samuel. Exposición de la Confesión Bautista de Fe de 1689. Evangelical Press. Página 368.
[9] Cuando hablamos de discípulos estamos hablando de aquellos que, además de haber prosado su fe en Cristo para que sea su Señor y Salvador, han sido bautizados conforme a lo mandado en la Gran Comisión. Una persona que ha profesado fe en Cristo, pero que aún no ha sido bautizado, no debe participar de la Mesa del Señor porque aún no ha reconocido plenamente el Señorío de Cristo, obedeciéndole en el mandato del bautismo. Además, solamente los miembros de la Iglesia, como un cuerpo, pueden entender el significado de la Cena o Comunión. Los demás aún no pueden reconocerle como un miembro de la iglesia, siendo que no se ha identificado con ellos en el bautismo.
[10] Lloyd-Jones, Martyn. La Iglesia y las últimas cosas. Editorial Peregrino. Página 70.
[11] Lloyd-Jones, Martyn. La Iglesia y las últimas cosas. Editorial Peregrino. Página 71.
[12] Kistemaker, Simon. 1 Corintios. Ed. Desafío. Página 436-437.
[13] Hodge, Charles. Teología Sistemática. Ed. Clie. Página 554.
[14] Kistemaker, Simón J. 1 Corintios. Libros Desafío. Página 435.
[15] Ibid. 435.
[16] Kistemaker, Simón. 1 Corintios. Libros Desafio. Página 437.
[17] MacArthur, John. 1 Corintios. Editorial Portavoz. Página 322.

No hay comentarios: