domingo, 12 de octubre de 2008

VII.El ejercicio de la disciplina en la Iglesia.

Antes de analizar este tema quiero provocar en los lectores una profunda y sincera preocupación por el tema de la disciplina en la Iglesia, tomando, textualmente, las palabras de Daniel E. Wray:

En nuestra endurecida y apóstata época, es necesario que la iglesia sea llamada a volver a la doctrina neotestamentaria de la disciplina de la iglesia. En nuestros días, la iglesia se ha vuelto tolerante con el pecado, aún y cuando éste sea encontrado en su propia gente. Esto traerá la ira de Dios sobre las iglesias que sean indiferentes acerca de su santidad. Las iglesias modernas parecen estar más dispuestas a ignorar el pecado que a denunciarlo, y más dispuestas a violar la ley de Dios que a proclamarla. Es un hecho lamentable que muchas iglesias se rehúsan a tomar el pecado seriamente. Nosotros no tenemos el derecho de dialogar con Dios respecto al pecado. Este fue el error de Eva. Las sugerencias del tentador debieron haber sido rechazadas inmediatamente; pero al contrario, fueron discutidas (Vea Gén.. 3:1-5). Esta discusión fue comprometedora y pecaminosa. La iglesia no puede estar en pie delante de sus enemigos mientras ignore el pecado en sus propias filas (Vea Josué 7:1-26).

Hoy en día la iglesia enfrenta una crisis moral al interior de sus propias filas. Su error en no tomar una posición firme en contra del pecado (aún en su propio medio), y su tendencia a estar preocupada por lo que es conveniente, más que por lo que es correcto, han robado de la iglesia su poder y su integridad bíblica. Es cierto que, históricamente, la iglesia se ha equivocado algunas veces en el asunto de la disciplina, pero hoy en día el problema es francamente un problema de descuido y negligencia. Sería muy difícil mostrar otra área de la vida cristiana, que sea más comúnmente ignorada por las iglesias evangélicas modernas, que la disciplina de la iglesia.[1]


Las Iglesias locales, siendo expresión verdadera de la Iglesia de Cristo, han recibido la autoridad divina para ejercer disciplina entre sus miembros. “Entendemos por disciplina la acción que la Iglesia local se ve obligada a tomar con alguno de sus miembros, cuando éste rehúsa apartarse de un grave error doctrinal o de un pecado notorio y escandaloso. La disciplina es algo necesario para preservar el testimonio y la pureza de una Iglesia”[2]

La palabra disciplina se deriva del latín “disco” que, literalmente, significa: “Yo aprendo”. De esta palabra se desprenden los términos “discípulo”, “aprendiz”, “disciplina”, “enseñanza” y “sumisión”. El Señor Jesús mira a su Iglesia como una asamblea disciplinada, donde todos son discípulos y desean crecer hacia la madurez. La ética cristiana debe gobernar las relaciones entre los creyentes. Los principios establecidos por la Ley de Dios son una norma que delimitan el buen mantenimiento de las relaciones personales, y, especialmente, la obediencia a Dios. Estas leyes actúan como una norma preventiva, pero también establecen códigos de ética correctiva.

Ningún miembro de la Iglesia de Cristo debe rechazar o considerar en poca cosa la disciplina eclesiástica. Jesús la autorizó expresamente para que ejerciera esta labor correctiva. Primeramente a través de las constantes exhortaciones por la Predicación de las Escrituras y, segundo, por la acción comunal para sacar el error de ella. Muchos tienen en poca cosa la disciplina de la Iglesia local, y sin son objetos de ella, prefieren irse de la misma para otra iglesia, antes que ser corregido. Pero, tanto el que se va de la iglesia por causa de la disciplina, como el ministro que le recibe en la otra iglesia, no tienen ni idea del grave pecado que cometen. “Quienes desprecian o desobedecen las normas disciplinarias de la Iglesia, no pueden pretender apelar a otro tribunal; sencillamente, desprecian y desobedecen a Dios mismo.”[3] En Mateo 18:18, el Señor Jesús, dio autoridad especial a la iglesia local para disciplinar a sus miembros, y esto será tan reconocido por Dios que él toma nota de esa disciplina en el cielo: “De cierto os digo que todo lo que atéis en la tierra, será atado en el cielo; y todo lo que desatéis en la tierra, será desatado en el cielo.” Esta frase está dicha en el contexto de la disciplina eclesiástica. En el versículo 15, Jesús presenta el caso de una ofensa cometida de un hermano para con otro, el hermano ofendido debe hablar con el causante de la ofensa para buscar el reconocimiento del pecado y el consecuente arrepentimiento, con el fin de reestablecer el perfecto orden en las relaciones de la Iglesia. El versículo 16 indica que, en caso de una falta de reconocimiento del pecado, busquen a dos o tres hermanos de buen testimonio en la Iglesia, pero si ante ellos no hay un reconocimiento del pecado, entonces el caso debe ser llevado a la Iglesia (es decir, a la asamblea local). La Iglesia reunida con sus miembros, ancianos y diáconos, dirimirán el asunto, y si el hermano ofensor no reconoce su falta, y se ha comprobado su culpa, entonces debe ser excomulgado de la misma. Su expulsión de la asamblea local significa que esta persona ha sido “atada[4]”, tanto en la tierra, como en el cielo. De la misma manera, cuando el creyente arrepentido es restituido a la comunión de la iglesia local, es “desatado” en la tierra, y así es aceptado en el cielo. “La solemne introducción indica que el Señor consideraba y todavía considera la disciplina, en la forma descrita en 8:15-18, como un asunto muy importante. Su descuido significa la destrucción final de la iglesia como medio poderoso para difundir la luz del evangelio entre sus miembros y entre los inconversos”[5]

La disciplina en la Iglesia debe ser ejercida debido a varias razones:

- La Iglesia debe glorificar a Dios obedeciendo sus mandatos o preceptos. Un gobierno eclesiástico correcto es requerido para que la congregación pueda glorificar a Dios. Pablo anima a los ancianos que gobiernan bien, reconociéndoles su honor especial. (1 Tim. 5:17). Un buen gobierno de la Iglesia incluye la disciplina, pues, Cristo la ha ordenado y también los apóstoles. (Mat.18:15-19; Rom.16:17; 1Cor. 5; 1Tes. 5:14; 1Tes. 3:6-17; 1Tim. 5:20, 6:3; Ti.1:13, 2:15, 3:10; Apo.2:2,14,15,20).

- Recordemos que uno de los propósitos de la disciplina en la Iglesia es rescatar a los ofensores. El verdadero amor cristiano conduce a la disciplina. Si un creyente es dejado en su pecado por un supuesto amor hacia él, realmente estamos mostrando falta de amor verdadero hacia él. La disciplina busca la corrección y la restauración. Al momento de aplicarla causa dolor, pero después produce fruto de vida. (Hebreos 12:11). No solo debemos orar por el ofensor sino que es necesario tomar acciones disciplinarias que le lleven a un sincero arrepentimiento. Pero aunque la disciplina implique la excomunión, siempre debemos dejar que el amor cubra todas esas acciones. Aunque su pecado haya hecho daño al testimonio de la Iglesia, no lo debemos ver como enemigo, sino como un hermano (2 Tes. 3:15).

- Conservar la pureza y santidad de la Iglesia. Si bien es cierto que la Iglesia militante no es perfecta, a causa de las imperfecciones de sus miembros, no obstante, ella está obligada a buscar los medios para el crecimiento espiritual de todos, y esto involucra el ejercicio fiel de la disciplina.

- Amonestar a otros por sus pecados. Cuando la disciplina es aplicada el resto de la congregación es reprendida y advertida por sus pecados.

- Evitar que el castigo de Dios y su disciplina venga sobre toda la congregación. El pecado de un solo miembro, cuando no es disciplinado, puede ser causa del desagrado del Señor sobre toda la congregación. Recordemos las escenas trágicas sobre Israel por tolerar el pecado de algunos de sus miembros. Todos fueron disciplinados. El Señor mira a sus Iglesias constantemente y le advierte de no tolerar los pecados de sus miembros. (Vea las cartas a las Siete Iglesias en Apocalipsis)

La disciplina en la Iglesia debe ser ejercitada de diferentes maneras:

1. Por medio de la sana exhortación pública a través de la predicación de la Palabra. 1 Tim. 1:3; 4:12-13; 5:1-2; 2 Tim. 2:24-26; 3:16-17; 4:1-2. La Palabra de Dios, fielmente predicada, tiene el poder de revelar el pecado del corazón humano, por muy escondido que éste se encuentre, y ella, por la aplicación del Espíritu Santo, aparta al creyente de su rebeldía. Una Iglesia necesitará ejercer menos disciplina correctiva entre mas predique la Palabra con fidelidad. Recordemos que no todos los asistentes o miembros de la Iglesia realmente han tenido una obra de regeneración, algunos habrán adoptado la cultura cristiana, pero su corazón seguirá siendo rebelde. Es por eso que toda predicación en la Iglesia debe contener el Evangelio y un llamado para el sincero arrepentimiento.

2. Por medio del consejo privado. Mateo 5:23-24; 18:15-18. Nunca se debe llevar el caso de pecado u ofensa de un hermano al conjunto de la Iglesia sin antes tratar de llevarlo al arrepentimiento en privado.

3. Por medio de la acción congregacional pública. 1 Cor. 5:1-13; 2 Tes. 3:6. Cuando se trata de pecados públicos que afecten el buen nombre de la Iglesia, debe ejercitarse una disciplina pública, siempre con amor. Esta disciplina tiene como fin el fomentar un arrepentimiento sincero, o la excomunión del miembro si persiste en su falta.

La disciplina debe ser ejercitada por la Iglesia local. Ella tiene la autoridad de Cristo para hacerlo. En Mateo 18:15-20 Jesús afirma que las decisiones disciplinarias de la Iglesia local son tenidas como valederas en el cielo. Esta disciplina debe ser realizada de acuerdo a la Palabra de Dios y la guía del Espíritu Santo. Los pastores o ancianos son los encargados de ejecutarla, toda vez que ellos han sido ordenados para ello por la congregación.

Es importante resaltar el aspecto preventivo de la disciplina. Una iglesia saludable con pastores o ancianos que cumplen fielmente los deberes de su oficio, predicando y exponiendo las Escrituras de manera sistemática y clara, evitarán en gran manera tener que utilizar la disciplina correctiva para con los miembros. Como dice Harvey: “La disciplina incluye todos los expedientes, por los cuales una iglesia, que tiene el cuidado de almas, educa a sus miembros para el cielo; tales como su instrucción pública y privada en el evangelio, el mantenimiento de reuniones sociales para su edificación o consuelo, y en general el cultivo de un espíritu adaptado para despertar y mantener la vida cristiana. En todo esto se encuentra el poder principal de una iglesia. Una condición pura y sana de la vida religiosa en el cuerpo, un espíritu de amor y fidelidad para con Cristo y la Iglesia, son los medios mas eficaces para asegurar una vida pura en los miembros individuales; porque entonces la iglesia es un imán espiritual para atraer almas a Cristo y a si misma guardarlas”[6]

Ninguna Iglesia puede considerar como una opción el ejercer la disciplina preventiva o correctiva. Recordemos que el carácter santo de la Iglesia, como luz y sal en medio del mundo, debe conservarse como un estandarte firme e inquebrantable. Cuando la iglesia es flexible en aplicar los correctivos disciplinarios requeridos por las Escrituras está permitiendo que la putrefacción del pecado corroa los cimientos de su vocación santa. “El evitar disciplinar a un miembro de acuerdo al mandamiento de la Palabra de Dios es en sí mismo un pecado colectivo para toda la asamblea. (Vea este principio y fuerte amonestación en 1 Co.5:1-13.)”[7] Aunque, algunas veces, disciplinar un pecado específico en un miembro de la Iglesia puede generar otras complicaciones, de todas maneras la Iglesia local debe ejercer la disciplina, no puede, ni tiene la autoridad para declinar este asunto tan importante. “La iglesia que rehúsa ejercer la disciplina, no podrá demandar el respeto del mundo y tampoco la confianza de sus propios miembros.”[8]

La disciplina eclesiástica debe ser realizada bajo un espíritu de amor y consideración. Por muy grave y dañina que sea la falta cometida, esto no debe ser razón para tratar sin consideración o misericordia al ofensor. Aunque sea necesario aplicar la más estricta disciplina por la profundidad del pecado cometido, esto no debe divorciarse del amor fraterno.


¿Qué faltas específicas deben ser disciplinadas públicamente por la Iglesia?

Este es un asunto muy importante. En el aspecto preventivo es necesario juzgar y reprender toda clase de pecados, sean estos personales, individuales, colectivos, internos, externos o de otra índole. La predicación de la Palabra y de la Santa Ley de Dios es como una disciplina sobre todo pecado. Pero en el aspecto correctivo, es decir, la disciplina pública, deben tenerse algunas consideraciones: Jesús presenta los conflictos personales, que no logran solucionarse entre los individuos implicados, y, así, trasciende a la comunidad. (Mat. 18:15-18); también los pecados cuyo carácter moral afecta la imagen pública de los miembros de la Iglesia, por ejemplo: adulterio, fornicación, aborto, borracheras, violencia, codicia, calumnia, robo, etc., (Col. 5:1-13; Ef. 5:3; 2 Tes. 3:6,11,14-15) y por último los errores doctrinales o desviaciones heréticas que algunos miembros puedan profesar. Esto debe ser disciplinado puesto que muy pronto afectará la unidad e integridad de la Iglesia. (Ro. 16:17; Gál. 1:6-9; Tit. 3:10-11).

¿Cuándo debe ser levanta la disciplina sobre un miembro de la Iglesia?

Siendo que uno de los propósitos de la disciplina es restaurar al ofensor, la disciplina no debe quedar como una carga sin fin, sino que, cuando la Iglesia y sus ministros vean que el creyente disciplinado ha mostrado un sincero arrepentimiento y ha dado la espalda de manera definitiva sobre el pecado que le condujo a la disciplina, y se ha resarcido el daño causado, entonces deberán aceptarlo nuevamente en la membresía plena, con todos los derechos y deberes, en la Iglesia local. Si el creyente disciplinado no muestra un sincero arrepentimiento y no da la espalda al pecado, o se va de la Iglesia local para otra, sin que se le levante la disciplina, el tal debe ser tenido como un gentil y de ninguna manera se le puede levantar la disciplina. La Iglesia deberá seguir orando por él para que el Señor le rescate de su estado de rebeldía.

Recordemos que la disciplina debe mantenerse o aplicarse sobre los casos de impenitencia, o falta de arrepentimiento. El creyente debe tener un corazón sensible a la voz de Dios y acudirá arrepentido ante cualquier amonestación por su pecado.

Para resumir este asunto de la disciplina eclesiástica copio las palabras de Downing “Existe un propósito múltiple para la disciplina de la iglesia. Se debe hacer con el motivo de glorificar a Dios mediante la obediencia a su Santa Palabra. El no ejercer la disciplina cuando las Escrituras lo demandan, deshonra a Dios por la desobediencia (1 Co.5:1-8, 12-13; 10:31). Dios nunca es glorificado por la desobediencia. Un amor sentimental (es decir, un amor que se deriva de las emociones más bien que del reflejo del carácter justo y santo de Dios) es pecaminoso si causa que una iglesia se abstenga de su propia disciplina. La disciplina de la iglesia sirve para el mantenimiento de la pureza de la iglesia, en la doctrina y en la práctica (Ro.16:17; Tit.3:10-11; 2 Ts.3:6) y es absolutamente necesaria (cuando la Palabra de Dios y las circunstancias lo demandan). Además, la disciplina es necesaria para mantener un testimonio piadoso y bíblico en la comunidad, para la gloria de Dios. Cualquier situación escandalosa o pecaminosa que llega a ser conocida por la sociedad, trae reproche sobre el nombre y la causa de Cristo. (Vea el principio de poseer un testimonio apropiado delante de los que están fuera de la iglesia, 1 Timoteo 3:7.) Finalmente, el propósito es el de restaurar o excluir al miembro culpable. Si existe un genuino arrepentimiento (es decir, un arrepentimiento mostrado por los “frutos”, Mateo 3:8; Lucas 17:3), luego puede existir la restauración; pero sin el arrepentimiento el miembro culpable debe ser quitado de la membresía (Mt.18:17; 1 Co.5:13; Tito 3:10-11)”[9]

[1] Wray, Daniel E. La Disciplina bíblica de la Iglesia. CD Biblioteca Puritana. Iglesia Bautista de la Gracia. Página 2.
[2] Lacuela, Francisco. La Iglesia, cuerpo de Cristo. Ed. Clie. Página 231.
[3] Henry, Matthew. Comentario Bíblico (Obra completa). Ed. Clie. Página 1152.
[4] Gracias a los modernos movimientos neocarismáticos en la Iglesia latinoamericana se ha dado una errónea interpretación, y en consecuencia un mal uso, a los términos “atar” y “desatar” utilizados por Cristo en este pasaje. Algunos cristianos creen que ellos tienen el poder en su lengua para atar y desatar enfermedades, problemas o bendiciones en los demás. Esto es un concepto pagano ligado a los postulados de la Nueva Era. Solo Dios tiene el poder para hacer o crear cosas con sus palabras. Este pasaje, dado en el contexto de la disciplina eclesiástica, se refiere a la autoridad que tiene la Iglesia local, como un organismo vivo y templo del Espíritu Santo, para juzgar asuntos de conducta y doctrina, y, si es necesario, expulsar a una persona de su membresía. El hecho de expulsar (o también prohibir algo) Jesús lo denomina con la palabra “atar” y, cuando una persona es restituida a su lugar entre la asamblea local, entonces se le ha “desatado”. Estas palabras corresponden a la terminología utilizada por los rabinos en su tiempo y significan “declarar prohibido o permitido, y de ahí para quitar o imponer una obligación”. (Diccionario Teológico del N.T. Libros Desafío. Página 150).
[5] Hendriksen, William. Mateo. Libros Desafío. Página 736.
[6] Harvey, D.D. La Iglesia. Ed. Clie. Página 93.
[7] Downing, W. R. La Iglesia Neotestamentaria. (CD BIBLIOTECA PURITANA). Iglesia Bautista de la Gracia. Página 30.
[8] Wray, Daniel E. La Disciplina Bíblica de la Iglesia. CD Biblioteca Puritana. Iglesia Bautista de la Gracia. Página 3.
[9] Ibid. Página 30.

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